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martes, 26 de enero de 2010

AVATAR


Hace años que no me paraba en un cine, y la verdad es que, las carteleras comerciales siempre me han dado comezón en la barbilla, digo, no es por nada, bueno, si es por algo, pero durante una destellante época de mi vida viví en la mera esquina de Río Pánuco y Río Nilo en la delegación Cuauhtémoc, estoy completamente seguro de que no me lo van a creer, queridos lectores, pero abajito de mi departamento estaba instalado un restaurante de comida japonesa, a donde yo acudía periódicamente y es que el dueño me preparaba una sopa especial de aleta de tiburón en reciprocidad a mi atención de convidarle taquitos de tortillas de harina con huevo con chorizo bañados de salsa quemada, que al señor ojos de ficha de doblada le encantaban, y es que esos burritos estaban sazonados con la nostalgia de mi pueblo tierrero, okei okei, ya sé que a veces soy medio mamón, lo que realmente quiero decirles, asiduos fans, es que desde ese privilegiado lugar del mapa me quedaba a tiro de piedra el cine Lumiere que sigue estando en el mismo lugar y con la misma gente, es decir sobre la calle Guadalquivir justo en frente de un emblemático edificio del arquitecto mexicano Mario Pani, naturalmente que todos los días, lloviera o tronara, me apersonaba a la puerta del local para entrar a todas las funciones, claro que de una en una vi casi todas las cintas que se proyectaban, y tengo que confesar que cada vez que compenetraba al establecimiento me reconciliaba con la áspera vida del exterior.
En el cine Lumiere vi tantas películas de todos los géneros; igual de cine francés, italiano, chino, alemán, español, documentales de todo tipo, porque no sé si ustedes lo saben queridos lectores, pero en esa sala, se proyectan las mismas cintas que en la Cineteca Nacional, es decir, exhiben solamente filmes de altísima calidad, y por si fuera poca mi buena suerte, amén de la cercanía del lugar de mi hogar, los boletos eran baratísimos, así que además de ahorrar en el viaje a otros cinemas, pues podía disfrutar de las historias sin salirme del perímetro conocido y de mi horizonte particular, por esa razón, odio acudir a los cines del globero pueblo, claro que luego de probar viandas tan suculentas, nunca me voy a conformar aplastarme en los multicinemas para ver los estrenos de los gringos culebros y encima, soportar a la perrada con sus huercos chillones y comentarios torpes.
No sé ni cómo se llaman, pero fui al molecito de Wal-Mart, precisamente a esos cines que están de buen ver; las butacas son cómodas, amplios los pasillos, aunque las salas son chiquitas, pero son funcionales; lo mejor fue la compañía, ya que mi amiga Marisol Castillo me invitó con todos los gastos pagados, y eso que es bien coda, pero esa es otra historia, así que luego de sacar blletes y moneditas, la cumpleañera del 25 de Enero saldó el monto carísimo de las entradas, tomamos los lentes, luego de que la cajera nos preguntó: “en tercera dimensión” y yo, como si fuera a pagar de mi cartera, le contesté de inmediato: “claro”, la pagana puso cara de: “estás pendejo o qué” y yo me hice el disimulado viendo los anuncios luminosos de la sala de espera del cine, para que no se fuera a arrepentir de la invitación.
Avatar es una película genial, no tiene desperdicio en ningún sentido, gracias a los lentes, las imágenes casi se salen de la pantalla, y uno tiene la sensación de que está adentro de ese mundo fantástico de la película que de seguro va a ganar el Oscar, como ya ganó el Globo de Oro, realmente me sorprendió la calidad de la cinta, aunque la historia no es así como la quinta maravilla; es pan con lo mismo, pero vale la pena que se asomen al cine para disfrutar de dicho prodigio del séptimo arte, y conste que no es publicidad pagada por la distribuidora. Ya dije.

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