domingo, 27 de septiembre de 2009
Apolo
Apolo, y conste que no me refiero al cuenta chistes que repite su nombre como eco de su evidente vulgaridad, sino al Dios griego, que siendo Él la propia luz, seguía en su búsqueda, y dicen que al dios del sol, le encantaba asomarse a ver quien venía por la ventana, pero también le gustaban las mujeres, que las tuvo de a montones, y es que no es por nada, pero las viejas se le ofrecían a su paso, al puro contacto de su aliento se abrían como flores de asfalto, porque esta divinidad de hombre, bueno, ni tan hombre, ya que la mitología griega era tan vasta que tenía dioses para todos los usos y costumbres, así que Apolo era digno miembro del Olimpo; hijo del Dios Zeus y de Leto y hermano gemelo de Artemisa la cazadora virgen, que no es por intrigar, pero ni virgen era.
Apolo era guapo y lo que le sigue, incluso se llegó a decir que no había otro como él, de hecho, en el esplendor olímpico se realizaron en Grecia cientos de estatuas con su percha que ahora se pasean por los museos del mundo, en especial, bueno no que sea mejor que las otras, pero está hecha con toda la mano, una obra en su honor de Centocelle bautizada como “Adonis” para darle homenaje a su hermosura, qué, como decía mi bisabuela Panchita, “na’más le faltaba hablar”, claro que luego los reyes de todas las épocas, por envidiosos, mandaron hacer sus fuentes con su propia versión del dios griego que por copiones también se lo agenciaron los romanos
Ya ven como se corren los chismes de siglo en siglo, y a pesar de que todos los trinchones del Olimpo, se supone, deberían de estar sepultados en el polvo del olvido, aún es fecha que las joterías de Apolo se recuerdan como si hubieran sido ayer, y es que el dios griego era como tantos otros a los que les encanta ir a coquetear a los gimnasios dejando caer al desgaire el jabón en la regadera, pero éste como era prominente, tenía permiso de andar en los lugares en donde los jóvenes deportistas andaban encuerados para practicar atletismo, aunque tenía tan mala pata para el amor gay, que muchos de los huercos adolescentes, que de seguro cuando se paseaba en los antros olímpicos, decía que eran sus sobrinos, sufrían trágicas muertes, uno de sus más grandes amores, fue “La Jacinto”, príncipe espartano que se dice se meneaba más que Thalía, eso sí, era más bonito que la cantante antes de que la señora Motola se operara toda la cara, pero resulta, que estando en los ensayos del lanzamiento de disco, el pérfido Céfiro desvió la trayectoria y con tan mala suerte que le dio un madrazo de lleno en la chompa al pobrecito de Jacinto que quedó con cara de boxeador retirado y se murió pa’siempre, claro que como torero en plena lidia, cuando uno de sus picadores se fija en el dueño de la plaza, Apolo se encendió de coraje, y en venganza, al mentado Céfiro lo convirtió en viento para que nunca volviera a tocar ni hablar con nadie. De la sangre de Jacinto, Apolo creó la flor llamada como él como tributo a su muerte, y sus lágrimas mancharon los pétalos de la flor con áí áí, que significa “¡ay ay!” para que quedara un perene homenaje al dolor causado por tan infausto suceso.
Apolo como decía mi tía Adoración de Jesús, era como todos los hombres, con un ojo veían el entierro de su mujer, y con el rabillo del otro, buscaban a quien se iban a cenar esa noche entre el público presente en las exequias, y se consoló rápidamente con Cipariso, al que le regaló un ciervo domesticado como compañero para que le hiciera sus vestiditos y le enchinara las pestañas, pero el indejo de Cipariso lo mató accidentalmente cuando éste yacía dormido entre la maleza, el jotito novio de Apolo le pidió al dios que hiciera que sus lágrimas cayesen para siempre, Apolo era muy consentidor, no como otros del pueblo, que son muy codos, y lo único que les dan a sus chichifos es un miserable sueldito de aviador en la presidencia, claro que para tenerlo conforme, el dios accedió a la petición de su cursi pioresnada, transformando al animalito en un ciprés, del que se dice es un árbol triste porque su savia forma gotitas como lágrimas en el tronco, no del de Apolo, sino del ciprés. Como se puede ver, los dioses y sus novios, son divinos, aunque algunos son más jotos que Juan Gabriel. Ya dije.
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