Las fiestas de Jorge Washington son entre nacas y estrafalarias, yo conozco a toda la bola de organizadores, porque son los mismos desde hace 20 años, y como es natural en mi caso, un día hasta me invitaron de juez a un carnaval nocturno pero decliné el honor porque en los primeros sesenta días del año hace harto frío, y bien dicen, los que saben, que: “Enero y Febrero desviejadero”.
Como dijo Jack El Destripador, vamos por partes, conste que no he sugerido que ya no lo celebren, sino que no sean tan cursis, porque eso de vestirse a la usanza antigua como si de verdad fueran inglesas y gastando un dineral en atuendos empedrados hasta el cogote, como que ya es demasiado barroco y casi extraído de una telenovela de las cuatro de la tarde.
Sé que mi comentario puede alterar las buenas relaciones diplomáticas entre ambas ciudades hermanas (jeje), pero correré el riesgo, además no es solamente mi opinión, sino la de muchas personas que se han negado a participar para servirles de comparsa a un cerrado grupo de señoras “tejacanas” que se sienten más inglesas que la reina Chabela que acaba de agarrar su segundo aire al cumplir 81 años, y algunas de las “leidis” que son rubias naturales gracias a Miss Clairol rubio cenizo caoba, se apellidan Pérez, Salinas, Rodríguez, Garza o Martínez.
Dicen que el baile de la noche colonial es tan caro que entre los vestidos de las niñas debutantes y las joyas de las invitadas, suman varios millones de dólares en la inversión, así que nada más imagínense queridos lectores que en ese opulento salón hay más dinero junto que en alguna sucursal céntrica del HSBC, antes del primer asalto del día.
Un solo vestido de esos, cuesta entre 12 mil y 20 mil dólares, y lo peor del asunto, es que luego ya no sirven ni para encerar los carros, porque entre tanta piedra semipreciosa y otros cristales muy caros, como los mentados de swarovski, que son brillantes de a mentiritas porque refractan la luz como el arcoiris, así que estas niñas son como unas esferotas dando vueltas sobre su propia egolatría.
Es tan desorbitada la cantidad del peso que tienen que cargar sobre sus hombros, que unas, las más flaquitas, se desmayan por el titánico esfuerzo que realizan, a otras, las tienen que trasladar en un camión de redilas, porque de tan gordas y aparatosas que quedan dentro de sus vestidos de armazones interiores y apretados corsés, pues ya no se pueden sentar en todo el día, a menos que les introduzcan un banquito de cantina para que no se les hagan várices y descansen a ratos después de la ampulosa presentación que no tiene nada de extraordinario.
Los organizadores de las fiestas del natalicio de Jorge Washington, antes de celebrar dicha efeméride, deberían de haber leído un poco más de historia de su país, porque hasta donde tengo entendido, el Padre de la Patria estadounidense, nunca se dejó ver por las inhóspitas tierras texanas y mucho menos su esposa Martha, o a lo mejor, lo que ocurrió es que se equivocaron de estampita en la papelería Villasana cuando pidieron una biografía de Moisés Austin, el abusado y abusivo gringo que pidió permiso al virreinato español que reinaba en México para colonizar las tierras de Texas que en ese entonces eran mexicanas, y si no hubiera sido por Austin, ahora Texas no sería propiedad norteamericana, así que al que le deben rendir honores y tributo, es a él, pero como éste hombre era un simple paracaidista y un sencillo labriego, pues no lo tomaron ni en cuenta.
Lo único que si me gusta de las fiestas washingtonianas es la ceremonia del abrazo a la mitad del puente, pero todo lo demás se lo pueden evitar y nadie protestaría, a lo mejor también se salva de la quema, lo del desfile y párenle de contar.
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