De acuerdo con Aristóteles, el hombre, por su naturaleza gregaria, es decir, por juntarse en racimos para realizar determinadas tareas, es un animal político, pero hay algunos que nada más son animales y se sirven de la política para sus aviesos fines, algunos, inconfesables, otros evidentes, y los más, solamente para ejercer el podercito que, como trofeo por su activo proselitismo, se han agenciado por haber andado en el entarimado de los mítines bajo los solazos inclementes que se dan en este Nuestro Laredo,
Lo que muchos políticos no acaban de entender y eso, nada más lo he publicado en mi blog personal que cada vez es más leído por mis paisanos, es que “la polís” –de raíz griega- no es la policía, sino el pueblo, que son los que hacen la verdadera política y los encargados de poner y quitar a los gobernantes, pero algunos animales políticos creen que pueden gobernar por el solo hecho de respirar, como si les fuera inherente al ser, primero, lo ven como una oportunidad de servir al prójimo y terminan viviendo de la política.
La diferencia es clara: el animal político aristotélico, obedece a un contrato social tácito y renuncia a un poco de su libertad individual en beneficio común, pero el político animal cree que hacer política es ser presidente, gobernador o alcalde y hacer su voluntad aún en contra de los intereses del pueblo.
No digo, tampoco soy tan imbécil, que el viejo sabio no sabía lo que decía, pero a lo mejor en esos tiempos antiguos, como no había Discovery Channel ni Animal Planet, mucho menos el Canal de las Estrellas, nadie podía conocer de cerca la fantástica vida comunitaria de las abejas o de las hormigas que organizan sus comunidades mejor que los hombres porque obedecen a un impulso biológico: todos los animalitos trabajan para el bien común y cada uno cumple una función, sin usurpar las ajenas ni esperar recompensas especiales por su trabajo. Si los humanos tuviéramos algo de esos insectos, no harían falta leyes, partidos políticos, diputados ni presidentes y por ende, tampoco tendríamos que aguantar a sus esposas por más guapas que sean.
Es verdad, que hasta en esas comunidades de insectos hay niveles, porque existen reinas y zánganos, pero en la política paisana también los hay, lo único que los hace distintos es que en nuestro vernáculo solar, los escalones para ascender o para holgazanear, son otorgados por una graciosa concesión como si viniera desde lo alto, y aunque su labor no es fundamental como en los ejidos de los insectos, porque si bien es cierto que no hacen nada de provecho, cobran como si su titánica labor fuera sui generis y nadie la pudiera llevar a efecto.
Algunos de mis inteligentes cybersuscriptores de esta columna, me felicitan por la insolencia que demuestro, porque: “en este corral donde todo mundo agacha la cabeza es bueno tener una voz que reclame”, y francamente no creo que esté haciendo nada fuera de lo normal, sólo declaro mi opinión ejerciendo la libertad de expresión que es el inalienable derecho de todos los seres humanos y ya lo dice Don Juan Pérez Ávila en su editorial radiofónico Plus Ultra: “si el pueblo dice que es de noche… hay que encender los faroles”, así que Dios habla a través de su pueblo.
Pero esto de los malos políticos y sus compinches es más viejo que la roña, pero antes eran más los honestos que los ladrones, más los hombres bien intencionados que los codiciosos, más los libertadores que los opresores, pero bien sé, que un día, a pesar de los perversos y de quienes de hecho o por omisión, son cómplices de las infamias cometidas contra el pueblo que es el verdadero dueño de las cosas que se ven en el horizonte cotidiano, de la banca del parque o del árbol de la plaza, del arbotante o de las estatuas añejas, de las escuelas y de los templos, de los teatros y los museos. No yo, sino el tiempo, el implacable e inexorable tiempo, nos ha demostrado que nada es para siempre y la vox pópuli, vox Dei, dice: que no hay mal que dure cien años ni indejo que los aguante.
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