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jueves, 5 de febrero de 2009

El Sacerdote Viajero

Para quienes pudieran pensar que odio a los curas, tengo que decirles que yo soy un recalcitrante católico; rezo el rosario todos los días con las letanías en latín y elevo ferviente la coronilla de la Divina Misericordia en punto de las tres de la tarde, además me sé de memoria casi todos los salmos, y puedo disertar una conferencia de los 66 libros que componen los dos testamentos, y la verdad, aunque parezca lo contrario, no quiero ofender a nadie con mis palabras, si tampoco estoy hablando de la iglesia universal, solamente digo lo que me cuentan, claro que para poder incluir el comentario del padre viajero que le ha dado varias veces la vuelta al mundo con cargo a las arcas de su parroquia que dicho sea de paso, está muy bonita y bien arreglada, también es que es uno de los templos a donde van muchos ricos que dejan su buen óbolo (conste que no es albur) aunque no les corresponda, he platicado con varias personas que conocen al dedillo sus periplos.
El sacerdote es, y perdón por la invectiva, el moderno Alexander Barón de Humboldt, nada más que el viajero alemán contribuyó a las ciencias con múltiples descubrimientos de la flora, la fauna y la geografía, además, era un incansable explorador de las bellezas naturales de las regiones que visitaba, gracias a su incesante curiosidad se pudieron conocer especies insólitas que por su radar intuitivo de amoroso de las creaciones de Dios las pudo registrar en su diario que luego sería inmortalizado con publicaciones que por su valioso acervo son consideradas como patrimonio universal de las culturas.
Claro que el Padre Viajero sólo trae a su regreso escapularios y estampitas, a lo mejor si uno de sus patrocinadores le encarga, agua bendita de las sagradas grutas o un cirio pascual que se enciende solo en casos difíciles y desesperados, también suele traer hartas fotografías de los lugares santos para que sirvan de edificación espiritual a quienes las observan con creciente admiración.
Por supuesto que hay quienes aseguran que no se gasta el dinero en vano, que es un hombre santo, y lo justifican diciendo que esa es una de sus vocaciones apostólicas, y varios de sus seguidores aseguran que cuando es absolutamente necesario han contribuido hasta vendiendo platillos vernáculos a 20 pesos cada uno, para engrosar la cuenta en el banco fronterizo católico para que su padrecito se vaya sin andar contando los centavos para hacerlos rendir.
No sé si tenga una bitácora de viaje y si lleva cicerone a sus recorridos por el mundo, pero estoy seguro que tiene que traer notas de remisión y facturas para demostrar que estuvo en los lugares en cuestión, a lo mejor sus gastos si se pueden deducir de impuestos, pero eso se lo tengo que preguntar a un contador para que me de santo y seña de lo que se hace en estos casos tan particulares, porque ya se sabe que hacienda, no descuenta ni un cinco de las erogaciones suntuarias que se califican así cuando son lujos extravagantes que solamente se pueden dar los ricos.
A mi, en lo personal, me da mucho gusto que se pasee a placer, y que estando en tierras ignotas recoja en experiencias lo que ha vivido en parajes tan lejanos que muchos de sus fieles no conocen más que en las estampitas que compran en la papelería Villasana o que pueden ver en los programas de Discovery Channel, antes, muy antes, podían asomarse a través de los programas del nefasto Raúl Velasco (salió en verso, sin esfuerzo) pero ahora solamente los pueden encontrar en el Museo de la televisión de Los Azcárraga.
Yo tengo ganas de conocer Tierra Santa y a lo mejor un día voy, y si se me concede ese deseo, les prometo, queridos lectores, que además de traerles columnas completas con cada rasgo costumbrista de los sitios que recorrió Nuestro Señor, les compraré indulgencias para que cometan dos o tres pecadillos veniales pero eso si, les voy a pedir que en las próximas actividades que realicen para beneficiar al santo Barón Viajero, me dejen dos o tres dólares para ir haciendo mi cochinito.

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