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sábado, 8 de noviembre de 2008

Las palabras "popofonas"

No una ni dos, sino muchas veces, les he comentado queridos lectores, que nunca he sido merodeador de diccionarios, y al redactar, procuro emplear palabras de uso corriente, de las cuales todos conozcamos su pleno significado, jamás, en mis sencillos textos, he utilizado vocablos “popofones”, eso, para mi, es un impedimento de comunicación, es como poner al otro lado del río una mesa adornada con flores llena de apetitosos manjares, pero se nos olvida, por arrogantes, pretenciosos y egoístas, erigir un puente para compartir las delicias de la vida.
Yo no sé mucho de casi nada, pero a lo largo de tantos años de escribir diariamente en los periódicos, he aprendido que los redactores tenemos la obligación permanente de que nuestro mensaje, ya sea en una cabeza, en un pie, en un párrafo largo o en uno corto, con buena ortografía o nula puntuación, lo entiendan todos los prospectos a lectores, que pueden ser tantos como posibilidades infinitas tiene ese papel entintado de llegar a cualquier mano por segunda o tercera persona.
Para Unamuno, el genial viejo sabio, la palabra es la vestidura del alma y aunque sé que mi opinión, a él, le da exactamente igual, tengo que declarar públicamente que estoy de acuerdo con el admirado Maestro, ya que las ideas se estructuran con palabras y mentira que el pensamiento se alimente de imágenes de la naturaleza o de retruécanos de la atmósfera, lo que nos nutre espiritualmente, son las palabras, por ello, insisto, todos los días, en escribir como hablo y hablar como escribo, nunca he intentado engañar a nadie presumiendo blasones que no poseo, y sistemáticamente me he negado a usar palabras “catrinas” porque no es el idioma común que nos une, tal vez no sea demasiado tarde, pero he comprendido, por fin, que quien escribe con rebuscamientos o subterfugios del lenguaje, de seguro, avergonzado, oculta alguna enfermedad venérea del alma.
Por cierto, quiero agradecer a los lectores que me han felicitado por mi artículo del miércoles 22 de octubre, que mi editora Vero Ibarra, cabeceó como: “De apariencias” y yo, para mis cyberfans, intitulé: “indeja se escribe sin hache”, no quiero ser modesto, digo, tampoco tengo restos argentinos en mi DNA ni en mi “pe ache” para sentirme el muy muy, pero eso de que alguien se tome la molestia de escribir dos líneas para felicitarme por un artículo, a mi me llena de legítimo orgullo, y tengo que darle el crédito que le corresponde, a mi director Ruvalcaba, a mi editor don Pepe Suárez, a su hija Melissa porque sin su intervención y apoyo yo ya no estaría escribiendo aquí, pero también a la licenciada Dorina Lozano, a Roel Orellana y en general a tantos y tantos que me alientan, de una u otra manera, a escribir todos los días, la verdad es que, a veces, me dan ganas de aventar mi Laptop Olivetti a la basura para evitar la tentación de escribir, pero refrena mi impulso, el deseo intrínseco de fregar al prójimo, y ese es el motor de todos mis días, aunque a veces, lo confieso ante Dios Todopoderoso y antes ustedes queridos lectores, que quisiera ser bondadoso como Franciscano, sobre todo cuando disfruto de la correspondencia electrónica de mi admirada amiga la profesora Elva García Aguirre de Canales, particularmente el e mail de “La Naturaleza” de Eckart Tolle que llegó en un momento sensible de mi existencia y tocó una resonante tecla espiritual.
Antes de finalizar la presente columna, quiero hacer acuse de recibo de una misiva que ha llegado a mi buzón electrónico, firmada por un admirador de Adriana Villarreal y dice al calce: “Inteligente Ejecutor: (lo de Inteligente yo lo incluí porque se me hizo muy sin chiste poner Ejecutor a secas) quiero qué, a través de tu gustada columna, le mandes saludos a Adrianita Villarreal que además de guapa es inteligente, distinguida a rabiar, elegante a más no poder, pequeñita de estatura pero de una grandeza de alma que asombra por su generosidad sin litorales. Ella es seguidora de tu Guillotina y de seguro va a leer este comentario, gracias por tu tiempo y por tu espacio y si hay que pagar algo por la publicación me avisas a este remitente. P. D: Me sentí como Penélope Menchaca la del programa “Doce Corazones” pero nunca me he negado a ser partícipe de un recadito de esta naturaleza y menos cuando se trata de admiración tan rendida por una mujer. Ya dije. Aquí, como voz en off, se adjunta un suspiro prolongado.

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