Alfredo Arcos tiene una cualidad fundamental que se nota a simple vista, es uno de esos espíritus libres a los que parece estorbarles la materia.
No lo conocía. Alguna vez mi admirada amiga Didi Durán de Peña la talentosa pintora local, me comentó que se juntaban cada mes en la casa-estudio del Maestro Sergio Peña para leer algún libro y luego comentarlo entre ellos. Me dijo el nombre del organizador del grupo, pero quizás lo registré en mis archivos temporales y lo borré casi sin darme cuenta.
Hace unos días, mi director me pidió que cubriera una nota de cultura en la colonia Infonavit, y Anita Torres con cámara en ciernes me acompañó a levantar el reporte gráfico, mientras yo tomaba nota de la charla-lectura de Alfredo, lo único malo de todo este asunto, es que tenía que regresar ipso facto, que quiere decir en friega, a mi casa editorial, porque tenía que redactar mi columna del día siguiente, así que puse atención a dos o tres párrafos y lo demás me lo perdí, aunque lo que escuché me sirvió para darme cuenta de que el señor Arcos sabe de su asunto y lo expresa con soltura y naturalidad.
Platicando con él, me entero de que tiene un mestizaje sui generis, por sus venas corren dos vertientes de culturas distintas, por un lado el caribe de cuba la bella y por el otro, aunque es una manera de decir, ya que son de ida y vuelta y con regreso, tiene herencia genética asturiana, así que este binomio de razas, forma una nueva que le da presencia y esencia a este tabasqueño de origen pero que vive en nuestro solar norteño desde hace más de una década completita.
Comentando y platicando de todo un poco a través de msn, que dicho sea de paso, y espero que no suene a publicidad gratuita, es un portento de comunicación global que permite conversar a muy larga distancia o a cortísima, todo depende del gusto de cada quien, y la verdad es que no sé como salió a la conversación, quizás sea porque siempre está en la punta de la lengua y la usa de trampolín para brincar encima de mis recuerdos, mi admirado y nunca bien ponderado, pero siempre amado, Mauricio González de la Garza.
Es que me cuestionó, respecto a mis estudios, y le dije que era autodidacta, pero gracias a la divina providencia, tuve un mentor de cinco de estrellas, y ya le conté como había sido nuestro primer encuentro, y varias historias en las que Mauricio me incluyó como personaje principal de sus afectos. Le narré la siguiente anécdota como si fuera el texto para un telegrama: un día llegué a la generosa casa en donde siempre se quedaba a vivir largas temporadas y según sus propias palabras casi como huésped vitalicio, y de repente se incorpora, y así sin mas ni mas, de la cabañita a la casa grande, pasando por un lado de la alberca, llegamos los dos al piano y me dice: “siéntate a escuchar” y así, ad libitum, se pone a tocar el piano, y francamente era una melodía sublime, de acordes delicados y arpegios casi espirituales.
Al terminar, aun en el pasmo del asombro dada la inaudita belleza de lo que acabo de oír, le pregunto: “¿cómo se llama la canción?” y me contesta: “se llama Fernando y es tuya, la acabo de componer para ti” y así como ese, tuve muchos homenajes de su parte; perdón perdón, ya se que parezco muy “yoyo” pero les prometo que no es mi intención, a lo que quiero llegar es a que el señor Alfredo Arcos, se declaró admirador de mi maestro y amigo, y si desde que lo conocí me cayó bien, ahora yo soy fan numero uno de su chamba como ponente y escritor.
Por cierto que de su charla del lunes anterior, rescato el siguiente párrafo final: “Me agrada nuestro nuevo lugar de reunión por dos razones; se trata, por una parte, de las instalaciones de la Antigua Aduana. No tengo que explicar a ustedes la importancia que el comercio exterior y la Aduana ha tenido en la historia de nuestra ciudad. Por otra parte, la Sala donde sesionaremos lleva el nombre del maestro Sergio Peña de quien me enorgullece ser amigo. Sergio Peña probablemente sea el artista neolaredense, en activo, más ilustre entre nosotros. Sin más en qué abundar, aquí paro. Ténganme por diáfano”.
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