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sábado, 8 de noviembre de 2008

Don Ramberto Salinas

No se crean, queridos lectores, si redactar una columna diaria, no es tan fácil como parece, digo, tampoco es cosa de andar de quejumbroso, si yo soy el más feliz al poder confeccionarla, pero es que de pronto, la mente se me queda como en punto muerto, casi en blanco, y aunque dicen, que ese es un privilegio exclusivo de los epilépticos, ya es una reiterada imagen hiperbólica que se usa para disculparse en público, por la falta de ideas que demuestren alguna actividad neuronal inteligente o, por lo menos, entretenida.
Con el persistente problema de que no puedo usar lentes de contacto, todo se agrava, o mejor dicho, se retrasa, se pachorra y me pongo de un humor de los mil diablos, por suerte, mi artículo no es de primera necesidad editorial, ni un ingrediente prioritario de la canasta básica periodística, pero lo malo, o lo bueno, no sé, juzguen ustedes, que yo soy como El Comanche, muy celoso de mi deber, primero muerto, antes que faltar a mi palabra comprometida de publicar todos los días, aunque no haya nada interesante de qué hablar.
Antes, hace muchos años, ya se había inventado el oficio, por nuestro afán de enterarnos de las ajenas vidas, que es un reflejo natural de nuestra idiosincrasia, y es que los seres humanos somos gregarios, tribales, de grupo, y para todos lados queremos andar en racimos, por esa razón se levantaron las ciudades y en ese mosaico de caracteres espirituales, surgieron los juglares, que son el antecedente prehistórico de lo que ahora se conoce como comunicadores o periodistas.
En Laredo hemos tenidos magníficos juglares, sobre todo en la radio, claro que como nadie es eterno, algunos se nos han adelantado, pero en la memoria colectiva del pueblo, persisten en el recuerdo, como parte fundamental de nuestra información genética, programas tan populares, que no ha habido otros que se les puedan comparar, ni en su formato de origen, ni en la calidad de su contenido.
Yo me acuerdo que de güerquillo, en el cuadrante de la radio, en aquellos aparatos de baterías, se podía sintonizar “Acá la BeKá” estación de los hermanos Córtez, como a eso de las diez de la mañana y estaba enredado entre las ondas hertzianas: el programa “De Todo Como En Botica” que conducía Don Ramberto Salinas Carmona.
Era aquel, un programa sui géneris, no había otro en su tipo, todo lo que se hacía en el “avisos de ocasión” de la radio, era “ad líbitum”, no había nada de donde echar mano para llenar dos horas en vivo, cómo único recurso, se contaba con el ingenio del locutor que recibía en directo las llamadas del público; igual de la señora Chonita que de don Simón para anunciar que tenían a la venta una pareja de periquitos de amor, una plancha, ropa usada o tacos al vapor.
La frase clave del añorado comunicador, era “de oportunidad” y todo el programa era así, en interacción continua del conductor con su público. Yo no sé mucho de radio, digo, aprendí cualquier cosa del ámbito, ya que tengo la suerte de contar con varios amigos en el medio, pero reconozco que será muy difícil que alguien vuelva a repetir ese éxito, es que a decir verdad, todo mundo lo escuchaba, y uno pasaba por las calles de cualquier barrio y se oía el jingle “De Todo Como en Botica” que era una especie de miscelánea radial, mucho mejor y más surtida que cualquier tienda departamental del presente, porque en esos anuncios de la gente, se encerraba un mundo de infinitas posibilidades de compra, venta o intercambio.
El creador del programa tenía modulaciones exactas en su voz que eran su sello distintivo, y además, el lenguaje localista que empleaba, con las mismas palabras coloquiales de la gente, lograba una perfecta empatía entre sus radioescuchas y Él, además, por si fuera poco, el servicio era totalmente gratuito, sólo se requería prender la radio.
Como me gustaría poder marcarle a Don Ramberto Salinas a la cabina en donde estaba y decirle que ando en busca de su programa para recordar esos felices tiempos idos que estoy seguro ya nunca volverán.

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