Antes, en tiempos de las abuelas, todo se curaba con cataplasmas,
chiquiadores y tecitos, ahora, los médicos atiborran a sus pacientitos con
pastillas, jarabes e inyecciones, no digo, no, que no sean efectivos, pero, yo,
por ejemplo, que soy muy sano, siempre me he rehusado a envenenar mi organismo norteño
que tan buen (ab)uso le he dado a lo largo de mi azarosa vida, les aseguro,
queridos lectores, que nunca he tomado medicamentos, a veces, sólo a veces, alguna
que otra aspirina para el dolor de cabeza, pero allá muy a las quinientas, por
cierto, hablando de dolencias, ni les he contado, que el otro día, por andar de
fisgón en el puente de la Yucatán, y nunca mejor aplicado el dicho de “Enero y
Febrero; desviejadero, y yo, que ya no me cuezo a ningún hervor, por patético y
pendejo, no me importó salirme a la calle en puro “cuerpecito”, que en estos
lares fronterizos, las abuelitas así les dicen a sus amados nietos, para
recomendarles que no salgan a la intemperie en ropa ligera, pido perdón a mis
queridos lectores paisanos, pero esa explicación es para los otros lectores,
que se suman en varios cientos de diversos países de América Latina, ya que,
igual me leen en Chile (y no es albur), Venezuela, Brasil, Ecuador, Colombia,
Argentina, Panamá, Nicaragua, España, Cuba, Puerto Rico, Estados Unidos, Australia,
Portugal, Alemania, Francia, Italia, conste que me faltan muchos por mencionar,
pero no quiero aburrirlos estimados paisanos, publicando toda la ristra, bueno,
pues, todos esos, me han solicitado fotografías de mis tías que se han hecho
muy populares en dichos rumbos, sobre todo, de la ínclita doña Tencha, que
donde no se mete, se asoma, pero les comentaba acerca de los medicamentos, respecto
a que las abuelas contemporáneas han perdido la cadena generacional de la
tradición, las señoras de la tercera edad como dicen los cursis nacos del DIF,
le han dado escasa importancia a su labor como nanas consentidoras de los hijos
de sus hijos, ellas, se han liberado de todos los yugos sociales, y en lugar de
macerar yerbas o de aliñar frutas para pociones mágicas, se han dedicado a
vivir; lo mismo se van al cine, que al bingo, a la jugada con sus comadres
mitoteras, o disfrutan, lo que los italianos han denominado como “el dulce
placer de no hacer nada”, no las critico ni las culpo, si las benditas mujeres
nos han dado tanto durante tanto tiempo, que ya era justo y necesario que se
liberaran de la maldición bendita o de la bendición maldita de cuidar de la
sangre con amorosa mansedumbre, pero ese es tema para otra columna, así que,
mejor lo dejo de ese tamaño, porque eso siempre se lo aconsejé a varias amigas
ancianas mayores de cincuenta años, que dejaran a sus vástagos y sus proles que
se rascaran con sus propias uñas, que, decía, mi queridísima amiga, la inefable
Maricarmen Agreda, “es más higiénico”, no sé, si ya les he compartido que mi
bisabuela era una hermosísima negra haitiana, su piel era tan negra que
azuleaba, pues ella, doña Juana Valdivia, era yerbera, huesera y hechicera, de
sus amorosas manos, mi jefecita chula que fue criada por la mamá de su papá, aprendió
todos los remedios que nos embarraba, frotaba, o nos obligaba a tomar, pero lo
más extraño, es que no nos los daba cuando estábamos enfermos, si no al
contrario, poco antes de que empezara al frío nos preparaba cebolla guisada a granel,
para fortificarnos los pulmones y los bronquios, en fin, que como ya se han
dado cuenta, a lo largo de casi cuatro años, soy un adorador de mi familia y
sus tradiciones, además tengo que agradecer los genes negros, los españoles y
los árabes, por haberme consolidado como un ejemplar tan guapo de estos inhóspitos
parajes norteños de México, conste que no solamente lo digo yo, sino también
todas mis tías, y cualquier mujer que ha tenido el privilegio de conocerme, no,
no se equivoquen, no es egolatría, es amor propio, y sobre todo, la evidencia
de que tengo espejo. Ya dije.
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