A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de
pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante, eso dice Óscar
Wilde, escritor irlandés de la época Victoriana, que fue vapuleado por la
hipócrita sociedad de su época, solamente por su relación homosexual con lord
Alfred Douglas, y no en todas sus frases estoy de acuerdo con él, pero supongo
que a nadie le importa mi opinión, ya que, sin duda, sus aforismos son los más
citados de todos los tiempos, lo cierto, es que, jamás me hubiese percatado de
ese hecho, si Twitter no existiera, pero no han sido sus célebres citas, las
que me han impulsado a redactar esta columna, van a decir que me estoy
volviendo loco de al tiro, pero es que, desde hace unos días, se me ha metido
la extravagante idea entre ceja y oreja, de que, sólo hay dos tipos de
personas; las que no quieren envejecer y las que no quieren morir, ambos
deseos, son absolutamente irrealizables, para los que no desean marchitarse con
el paso del tiempo, se inventaron los menjurjes y para los que además de no
querer caer en decadencia física y perder sus facciones, se inventaron las
cirugías plásticas, y simple y llanamente todos nos vamos a morir, es decir, la
eternidad no existe, nada más está en la mente ociosa de los escritores, a
Wilde, se le ocurrió una novela hedonista, que no se refiere a los malos olores,
sino a una forma de vivir teniendo como premisa el placer por el placer mismo, “El
retrato de Dorian Gray” es una impresionante, por absurda, historia inverosímil,
en la que el protagonista, por narcisista, se niega a envejecer, así que, no lo
sé de cierto, pero supongo, que con un pacto con el demonio, logra que el
retrato envejezca en lugar de envejecer él, la verdad es que, nadie, al menos
que el mundo no se haya enterado, ha logrado dicho prodigio, el implacable
tiempo no perdona a ninguno; ni guapo, ni feo, además, la belleza sin talento
es como una flor sin aroma, de nada sirve una apariencia agradable si no hay
nada que la sustente, el autor, diabólico, maldoso, se regodea en su obra, al
imponerle a su protagonista, la penitencia en su pecado de soberbia, ya que, al
vivir desenfrenadamente en actos de libertinaje y perversión, se ven reflejados
en el cuadro, cuyas facciones empiezan a envejecer desfigurándose, eso, siempre
lo he tenido presente, que conforme pasa la vida, cada hecho, cada
circunstancia esculpe lentamente el rostro, tal vez, por ello, hay personas que
en su primera juventud deslumbraban con su presencia, pero de viejitos, se les
va asomando una horrenda calavera en la que la piel se descarna y surge una
imagen espantosa, yo, conozco a varios que se sienten hechos a mano, prueba de
ello, que no pudiendo hacer pacto con Basil Hallward, el personaje de la
novela, se dedicaron a satisfacer sus sentidos, como dice la canción de José
José, que, “fueron de todo y sin medida”, y a lo único que pueden acceder es a
un cirujano plástico o a plastas de maquillaje, pero ni así han podido detener
la catástrofe, sus excesos placenteros, algunos en drogas, comida o sexo, transforman
su sonrisa de luz y de sol, en un chisguete de sombras, muecas retorcidas de labios
marchitos, por supuesto, que no se percatan hasta que se transforman en
monstruos infames que nadie voltea a ver por temor a caerse de espaldas por la
impresión atroz, pero eso no es de ahora, la realidad, es que la belleza ha
sido venerada en todas sus expresiones, desde inmemoriales tiempos, pocos son
los que se salvan de semejante castigo, ejemplos actuales hay muchos, pero
tampoco voy a ofender a tan indefensos seres, que bastante castigo tienen en
vivir la vida que viven, tal vez, esa sea, la forma en que el diablo, se cobra
los favores otorgados durante el tiempo que duró la magia negra que logró los oscuros
deseos de los que, como Dorian Gray, quisieron conservar su belleza, y al
apagarse los reflectores se desvanecen para siempre las miradas perversas de
sus admiradores.
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