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domingo, 5 de febrero de 2012

El Retrato de Dorian Gray


A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante, eso dice Óscar Wilde, escritor irlandés de la época Victoriana, que fue vapuleado por la hipócrita sociedad de su época, solamente por su relación homosexual con lord Alfred Douglas, y no en todas sus frases estoy de acuerdo con él, pero supongo que a nadie le importa mi opinión, ya que, sin duda, sus aforismos son los más citados de todos los tiempos, lo cierto, es que, jamás me hubiese percatado de ese hecho, si Twitter no existiera, pero no han sido sus célebres citas, las que me han impulsado a redactar esta columna, van a decir que me estoy volviendo loco de al tiro, pero es que, desde hace unos días, se me ha metido la extravagante idea entre ceja y oreja, de que, sólo hay dos tipos de personas; las que no quieren envejecer y las que no quieren morir, ambos deseos, son absolutamente irrealizables, para los que no desean marchitarse con el paso del tiempo, se inventaron los menjurjes y para los que además de no querer caer en decadencia física y perder sus facciones, se inventaron las cirugías plásticas, y simple y llanamente todos nos vamos a morir, es decir, la eternidad no existe, nada más está en la mente ociosa de los escritores, a Wilde, se le ocurrió una novela hedonista, que no se refiere a los malos olores, sino a una forma de vivir teniendo como premisa el placer por el placer mismo, “El retrato de Dorian Gray” es una impresionante, por absurda, historia inverosímil, en la que el protagonista, por narcisista, se niega a envejecer, así que, no lo sé de cierto, pero supongo, que con un pacto con el demonio, logra que el retrato envejezca en lugar de envejecer él, la verdad es que, nadie, al menos que el mundo no se haya enterado, ha logrado dicho prodigio, el implacable tiempo no perdona a ninguno; ni guapo, ni feo, además, la belleza sin talento es como una flor sin aroma, de nada sirve una apariencia agradable si no hay nada que la sustente, el autor, diabólico, maldoso, se regodea en su obra, al imponerle a su protagonista, la penitencia en su pecado de soberbia, ya que, al vivir desenfrenadamente en actos de libertinaje y perversión, se ven reflejados en el cuadro, cuyas facciones empiezan a envejecer desfigurándose, eso, siempre lo he tenido presente, que conforme pasa la vida, cada hecho, cada circunstancia esculpe lentamente el rostro, tal vez, por ello, hay personas que en su primera juventud deslumbraban con su presencia, pero de viejitos, se les va asomando una horrenda calavera en la que la piel se descarna y surge una imagen espantosa, yo, conozco a varios que se sienten hechos a mano, prueba de ello, que no pudiendo hacer pacto con Basil Hallward, el personaje de la novela, se dedicaron a satisfacer sus sentidos, como dice la canción de José José, que, “fueron de todo y sin medida”, y a lo único que pueden acceder es a un cirujano plástico o a plastas de maquillaje, pero ni así han podido detener la catástrofe, sus excesos placenteros, algunos en drogas, comida o sexo, transforman su sonrisa de luz y de sol, en un chisguete de sombras, muecas retorcidas de labios marchitos, por supuesto, que no se percatan hasta que se transforman en monstruos infames que nadie voltea a ver por temor a caerse de espaldas por la impresión atroz, pero eso no es de ahora, la realidad, es que la belleza ha sido venerada en todas sus expresiones, desde inmemoriales tiempos, pocos son los que se salvan de semejante castigo, ejemplos actuales hay muchos, pero tampoco voy a ofender a tan indefensos seres, que bastante castigo tienen en vivir la vida que viven, tal vez, esa sea, la forma en que el diablo, se cobra los favores otorgados durante el tiempo que duró la magia negra que logró los oscuros deseos de los que, como Dorian Gray, quisieron conservar su belleza, y al apagarse los reflectores se desvanecen para siempre las miradas perversas de sus admiradores. 

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