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miércoles, 2 de marzo de 2011

A un año del trasplante

El viacrucis empezó a partir del mes de noviembre del 2009 y fue cuando entendí quien era mi amigo y quien no, anduve tocando puertas por todos lados, pedí a algunos empresarios que me dieran el seguro social para mi hermana, nadie se condolió, a lo más que llegaron fue a decirme: “rezaré por ti”, y para mis adentros, les desee que nunca tuvieran que pasar lo mismo que yo, conste que jamás se me ocurrió echarles la maldición de que un ser querido languideciera de agonía en una olvidada cama. No tengo tan malos hígados.

A punto de que me llegara la desesperación, luego de padecer la villanía burocrática del Dr. Mario Arreola, entonces, director del Hospital General, que entre otras funciones a su cargo, también era el administrador de la clínica de diálisis ubicada al poniente de la ciudad, pues a este funcionario, se le olvidó el juramento de Hipócrates, no digo, no, que por fuerza, se invistiera en apóstol o en la advocación norteña de san Rafael el médico de Dios, pero que, al menos, tuviera empatía con el dolor ajeno, él no; nos dijo, escupiendo las palabras: “No les puedo cobrar menos”, no conforme con esa declaración insultante a nuestra mermada economía, cruel, agregó: “Como quiera le tienen qué hacer la diálisis si no… se muere”, pero eso ya quedó atrás, ante la inmensa dicha de tener a mi hermanita entre nosotros, con mayor vigor que nunca, con renovadas esperanzas para llenarse el alma de atardeceres y de ternuras soleadas de su hijo y los de crianza, no hay cabida para los aciagos recuerdos, mucho menos para los rencores.

Así como es verdad que muchas personas me volvieron la espalda, tengo que reconocer la generosa bonhomía de mis estimados amigos el V. A Rubén López Escamilla y su dulce esposa, la profesora Marichú Adriano de López, la inestimable ayuda del Dr. Braulio Peña Pimentel, los buenos oficios de la Dra. Karen Merít Hernández Olguín, los acuciosos diagnósticos del Dr. Saúl Sandoval Guerra, la diligente colaboración de la Trabajadora Social Laura González, los excelentes tratos y cuidados de las enfermeras de todos los turnos en el segmento de diálisis del departamento de nefrología de la clínica 76 del Seguro Social de Nuevo Laredo, el humanitario profesionalismo de los médicos especializados de la clínica 25 del IMSS en Monterrey, Nuevo León, y en general, a toda la gente que elevó una plegaria por el restablecimiento de la salud de mi hermana Ana Lilia, desde el fondo de mi corazón, les deseo que Dios premie su bondad infinita, les aseguro que no me alcanzarían dos vidas completas, para expresarles mi exultante júbilo, así que, a nombre de sus hijos Fernando, Mariana y Fátima, de su esposo Elías, de su señor padre don Antonio Tovar, de su hermana Nena, de su madre doña Juanita Alonso, de su hermana Alma, de su hermano César, en fin de todos los que hemos sido beneficiados con la radiante presencia en nuestras vidas de tan hermoso ser; cuyas cualidades humanas son tantas, que tendría, por fuerza, que hacer alarde de una variada gama de adjetivos para poder describir sus iridiscencias espirituales, a través de esta columna, queremos darles las gracias, y a un año de su trasplante renal, regalo de vida de su hermano Víctor Manuel, quien desprendiéndose de todo egoísmo, como una muestra de desinteresado amor, se sometió a una serie de análisis, procedimientos y manipulaciones para prestarle uno de sus dos sanísimos riñones, anunciarles que está mejor que nunca, que si acaso, queridos lectores, sirve de edificación espiritual para alguno de ustedes, subrayar que los milagros si existen, que ha sido Dios, con su admirable sabiduría, quien nos propinó una dolorosa lección, que hemos aprendido todos, ahora solamente nos resta, vivir en santa paz, y que no se nos olvide, para que no nos sintamos eternos ni todopoderosos, que todos estamos aquí de pasadita, con vida prestada, que ricos y pobres, nos iremos cuando el de arriba así lo decida. Un año, hace un año…

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