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domingo, 27 de marzo de 2011

El Hijo Pródigo

Uno de los mensajes más conmovedores del evangelio, es, sin duda, el que se refiere al Hijo Pródigo, y les confieso, queridos lectores, que hace muchos años, cuando aun tenía la inmensa dicha de que mi sacrosanta madre estuviera bajo este mismo techo latiendo en el corazón del planeta, le reclamaba acremente el aterciopelado amor que le demostraba a varios de sus hijos que no hacían otra cosa, que provocarle sobresaltos nocturnos, angustias galopantes y una inmensa tristeza al ser testigo del franco deterioro de sus infelices existencias y doña Juanita, la reina del alma mía, la que me dio el hálito de vida, me miraba con sus ojitos llenos de agua: “m’ijito, no ves tú, que los quiero con compasión, que este amor que siento es tan grande, que si pudiera salvarlos de ellos mismos, a cambio del sacrificio de mi propia vida, lo haría”, a partir de ese momento, no volví a recriminarle su tierno proceder con ellos, al contrario, a cada instante, le mostraba mi respaldo incondicional, claro que, a veces, me fastidiaba tener que ser la antena parabólica de los problemas de todos, sin embargo, toda mi amargura se disipaba al observar la paz en la cara de mamá.

Aunque no lo crean, asiduos fans, rezo todos los días por las almas benditas del purgatorio, tal como me lo enseñó mi madre, por aquellos a los que nadie recuerda, por aquellos que no tienen quienes recen por ellos, así era de piadosa mi mamá, claro que era una generala, pero detrás de su seño fruncido, de su aparente malhumor, de sus desaforados gritos, era un pan de Dios, por eso, me acuerdo de ella, cada vez que leo la parábola en la que el Maestro Jesús, les da en la madre a los fufurufos de los fariseos y los escribas, ya que, como si fueran panistas cizañosos, se decía uno al otro: “ya viste que este recibe a los pecadores y come con ellos”.

El Hijo Pródigo es una parábola tan sencilla en su confección, pero tan real en su intención, que cada vez, que la leo, me sirve de edificación espiritual, resulta que un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: Padre, dame la parte de la herencia que me toca. Y él, les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta, que quiere decir que anduvo en todos los congales, pagándole a las pirujas más buenotas, que pagó los privados más caros en los teibols y que pistió puro uiski de 18 años, naturalmente que luego de darse la gran vida con todos sus amigotes de peda, no tardó mucho en quedarse con una mano adelante y otra, atrás, claro que pudo haberse quitado la mano de atrás para ganar unos centavos extras, pero como no le rechinaba la reversa, pues prefirió meterse a trabajar a un rancho ejidal, que ya se sabe la historia de esas tierras que siendo comunales, con triquiñuelas zapatistas, los rateros ejidatarios, se apropiaron de todo, y de ser unos muertos de hambre, de repente, se convirtieron en ricos terratenientes, pues como para humillarlo todavía más, el cabrón del ejidatario venido a más, le daba de comer a los marranos, puras tortillas de El Fresno y a él, puros tacos de esos de papa, de a tres por peso, cansado de las humillaciones, el hijo pródigo que era bien méndigo, decidió regresar a su casa, entonces al verlo todo dado al catre, el papá lo abrazó y le dijo, “pero mira que jodido estás”, así que para celebrar el regreso de su hijo, mandó traer cabrito del Rincón del Viejo y Carnitas de El Rancho y unos cartones de cerveza Indio, y como nunca faltan los envidiosos, uno de los trabajadores, le calentó la chompa al hijo mayor, diciéndole: “que mira que hasta fiesta le hizo y a ti no te compra ni una caguama cheifer cuando andas bien crudo”, el otro, bien encabronado fue corriendo a reclamarle a su padre… El padre, le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado". Oremos.

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