Unos dicen que si, otros dicen que no y yo digo qué quién sabe. Lo que ocurre es que a mí me da exactamente igual si el horario se adelanta, se atrasa o se queda igual. El grandioso poeta argentino Jorge Luis Borges, en su poema: “El Amenazado”, dice: “Estar contigo o no estar contigo, es la medida de mi tiempo”. Einsten en su teoría de la relatividad, dice que el tiempo no pasa igual para todos. Renato Leduc en su oda al tiempo perdido, asegura: “Y hoy que de amores ya no tengo tiempo, amor de aquellos tiempos, cómo añoro la dicha inicua de perder el tiempo”.
El cambio de horario, a mi no me quita ni una hora de sueño, de hecho, yo vivo según mis propias necesidades, es decir, si me da hambre; como, si me da sed, tomo agua, si me da sueño; me duermo. Mi vida no está enlazada a ningún tipo de horario, y es que, la gran parte del día estoy leyendo, escribiendo, observando. No soy un ser itinerante, la única posibilidad que tengo de moverme, es a través de la imaginación.
El domingo 13 de Marzo, mi computadora cambió la hora de manera automática, y de las dos de la mañana, pasó a las tres. No tengo ni que decirlo, si ustedes, queridos lectores, me conocen mejor que nadie, no soy un experto en el tema del dizque ahorro de energía para hacer un mejor uso de las horas de luz del sol, pero si los científicos lo dicen, algo ha de haber de cierto, yo, por lo pronto, ni siquiera me he puesto a analizar a qué se refieren los especialistas de los cambios climáticos del planeta, que si “la niña”, que si “el niño” o sus mamás, nos están poniendo en jaque, y en donde hacía mucho calor en verano, ahora hace frío, o si los polos se están derritiendo, por esos los mares crecen y los ríos se desbordan, o si los movimientos de la tierra son producto de degeneraciones de las placas tectónicas, que además, ni sé que son esas chimistretas, prefiero pensar que no tengo por qué pensar en eso, finalmente, ante la naturaleza, uno no puede hacer otra cosa que agachar la cabeza y esperar pacientemente a que se desenvuelva según su soberano capricho.
Por lo pronto, en el globero pueblo, ya estamos una hora adelante de todo el país, bueno, de hecho, así ha sido para toda la franja fronteriza, con el único afán de estar a la par con los gringos, supongo que ha de servir para igualar los horarios en los despachos de las agencias aduanales de ambos países, en fin, que los gobiernos hagan lo que quieran, yo no moveré un dedo para tapar el sol, ni para adelantar mi reloj, que al cabo, no tengo padecimientos propios de mi avanzada edad, así que no tomo medicamento alguno.
Me gusta la obra de Mario Benedetti, aunque a algunos les parezca cursi, y el poeta, en uno de sus poemas, explica mejor que yo, y tal vez, mejor que el inefable Marcel Proust, el tiempo que se pasa observando el tiempo que se pierde, o mejor dicho, el tiempo que se mata, sin entender que quien termina muerto siempre es el presunto asesino de ese tiempo que se quiere eliminar. Enseguida, transcribo el poema, al que me refiero, que nada explica, pero lo dice de manera tan sublime, que bien vale la pena invertir un poco de tiempo para disfrutarlo.
“Preciso tiempo, necesito ese tiempo que otros dejan abandonado porque les sobra o ya no saben qué hacer con él. Tiempo en blanco, en rojo, en verde, hasta en castaño oscuro, no me importa el color. Cándido tiempo que yo no puedo abrir y cerrar como una puerta.
Tiempo para mirar un árbol, un farol para andar por el filo del descanso para pensar qué bien hoy es invierno para morir un poco y nacer enseguida y para darme cuenta y para darme cuerda. Preciso tiempo el necesario para chapotear unas horas en la vida y para investigar por qué estoy triste y acostumbrarme a mi esqueleto antiguo.
Tiempo para esconderme en el canto de un gallo y para reaparecer en un relincho y para estar al día, para estar a la noche. Tiempo sin recato y sin reloj, vale decir, preciso, o sea, necesito, digamos, me hace falta tiempo sin tiempo”.
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