Uno de esos “dormingos”, en los que no me calentaba ni el sol, después de darle dos vueltas completas al control de la tele y fastidiado de la cama, me fui caminando por toda la calle Gutiérrez hasta topar con pared, es decir en la avenida Héroe de Nacataz, de pronto agarré correntía por la Maclovio Herrera a mano izquierda y en menos de media hora, ya estaba cruzando la horrenda entrada del Parque Viveros, pero como iba con mucho vuelo casi me llevo de encuentro a un caballo chaparrito que muy picudo se paseaba por el circuito interior del famoso sitio de diversión.
Ni me pregunten como fui a dar, pero ya para cuando acordé estaba ante una bola de víboras enroscadas y se me vino a la cabeza que a lo mejor era una convención de burócratas municipales pero me tranquilicé al percatarme de que no corría peligro alguno y es que pude leer encima del serpentario cubierto por gruesos vidrios, que se trataba de algunos ejemplares de la especie “viburus presupuestivurus” que comen de la partida gubernamental destinada para la subsistencia del “Animal Planet” neolaredense
Yo, que la última etapa de mi estadía en la ciudad de México, la viví a dos cuadras de la embajada japonesa, justo en la calle Río Panuco cruz con Río Nilo, así que el Bosque de Chapultepec me quedaba a tiro de piedra y a lomo de caballo guevón a menos de cinco minutos, con esa facilidad de acceso, pues casi a diario me iba a caminar por Paseo de la Reforma pero siempre con mucha cautela, ya que en mi familia, se dio el caso de una bisabuelita perdida, que en el año 2002 el médico le recetó que caminara dos kilómetros diarios y ahora no sabemos por donde anda, y por si las dudas, con tal de que no se fuera a repetir la historia conmigo, nunca me retiraba muy lejos, y tenía como punto de referencia los barandales del Zoológico, entonces, ya sé que son odiosas las comparaciones, pero el complejo recreativo que incluye el asilo de animales y una constante marea humana, es enorme, a uno le duelen los ojos de horizonte tan amplio, y además tiene miles de huéspedes, igual cangrejos de Timbuctú, Osos negros del Africa Septentrional que escarabajos azules canadienses y el de aquí, es chiquito como casa de la Infonavit, hay dos perros, cuatro guajolotes, tres changos, un jabalín, una marrana chichona, tres gallitos cubanos, cuatro mapaches, dos hormigueros , tres panales con hartas abejas, dos fruteros veracruzanos, cinco rasperos potosinos y una señora chiapaneca que vende gorditas, aunque esos no están en exhibición pero como quiera uno se sigue de largo para verlos de cerca.
Me gustó el zoolojikito es como una muestra a escala de uno de verdad pero cumple con la función de educar en la observación, y es que aquí en Laredo, el único lugar donde había animales hasta en peligro de extinción era en un rancho de las gentes más ricas del pueblo, ahí si había hasta elefantes, tigres siberianos y osos panda, sólo que no dejaban entrar a nadie porque era de uso exclusivo de los hijos del dueño que por cierto murió contagiado por una espantosa enfermedad.
De regreso a mi casa –la casa de ustedes, como dicen los chilangos nacos- alquilé un pony para irme hecho la mocha por todo el bulevar Luis Donaldo Colosio, y ya ven que dicen que no hay chaparro que no sea afrentoso, así que el caballo de patitas cortas, metió turbo y en menos de lo que les cuento, yo ya estaba en mi espléndida residencia justo para asomarme al programa ese de los sueños que me hace llorar mucho al ver lo estúpido que puede ser el Adal Ramones, que de tan garigoleado que quiere hablar se le enciman las palabras y en plena dislalia se le queda la mente en blanco hasta que atina a decir: “Música Maestro”. P. D: Yo tengo una cajita de zapatos llena de arañas patonas para regalar al zoológico, espero que me las acepten, las dono con todo mi cariño, sólo espero que no las pongan junto al charco de las ranas porque mis animalitos no se llevan bien con esas infladas señoras y ya ven lo que le pasó a Paco Stanley. No vaya a ser la de malas
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