No sé si alguna vez les conté que en la ciudad de México, la misma que ha sido protagonista de películas, novelas y toda suerte de visiones y versiones artísticas, trabajé como vil empleado al lado de la preciosa señora Dra. Gina Fernanda Williams de Zuno, que en ese momento era la esposa del Lic. Luis Eduardo Zuno Chávira delegado de Álvaro Obregón, unas de las demarcaciones más importantes y claves dentro del organigrama político del D. F, bueno, pues en ese trabajo, conocí a mucha gente valiosa que me ayudó muchísimo a crecer como persona, sobre todo, a mi admirable Jechu, que siempre me daba las comisiones más gratas, claro que la percha ayuda, y luego mi apostura norteña, que aunque no mido 1.90, así y todo, como quiera sobresalía de la runfla del infelizaje nacorete de lambiscones a sueldo que rodeaban a la bellísima dama nacida en Monterrey pero avecindada en la capital mexicana, que alguna vez, según palabras de Carlos Fuentes, -conste que no es mi escritor favorito- fue la región más transparente del aire.
Nuestra oficina estaba instalada en pleno corazón de San Ángel, precisamente en el Centro Cultural, a dos metros, cruzando la calle, estaba el Convento del Carmen, a unos pasos, el templo dominico de San Jacinto, ambas, construcciones del siglo 16, y a cualquiera de las dos reliquias sagradas del catolicismo en América Latina, yo asistía a misa cada domingo, en ese mismo contexto urbano, se enclava cada fin de semana el famoso Bazar Sábado a donde acuden cientos de artistas plásticos y artesanos de todas las regiones del país, y fui ahí donde conocí a muchos de ellos, por eso nada de lo que he visto en el pueblo me ha asombrado, y es que lo que aquí se ve cada año con el Festival Internacional Tamaulipas allá es lo común, lo cotidiano, lo que se ve sin ojos desconcertados, pues en ese enclave histórico, también están las casonas señoriales de piedras y flores de calles empedradas como un pueblo pintoresco dentro de la gran urbe.
Yo viví a unas cuadras de mi centro de trabajo, precisamente en la zona residencial Guadalupe Inn, en la calle Jaime Nunó e Insurgentes, a dos cuadras del Centro Cultural Helénico, a tres del Edificio Ceneval, a pocos metros del teatro Insurgentes en donde se puede admirar el portentoso mural de Diego Rivera en donde sobresale Cantinflas, a tiro de piedra del Parque Hundido, así que radicando en esa atmosfera cultural, zona vieja sabia de siglos, amén de cosmopolita, en el que igual se ven gentes de todas las nacionalidades, aunque la verdad es que abundan las aves oscuras de cuello corto, pero en general se puede disfrutar de una ciudad que transpira nerviosismo y miedo y que respira nauseabundos gases, pero no hay para donde hacerse, porque una cosa va pegada a la otra, si se desea estar en la mera célula de donde nacen las cosas, de donde emergen las artes, la cultura y las ideas, se tiene que padecer como un cáncer todo lo que conlleva una catastrófica ciudad enorme y para colmo de males gobernada por Marcelo Ebrarhd y su briaga esposa.En esa dichosa época de mi vida, al lado de la tres veces heroica Gina Zuno, poco a poco se fue apaciguando mi pluma de doble filo y ya no soy tan feroz, aunque la verdad es que nunca he sido tan maloso, además mi estancia en la ciudad de México me sirvió para darme cuenta de que los sufrimientos reales si existen y no como los que padecen algunas de mis amistades, que se lamentan por nimiedades, o nada más porque voló la mosca.
Tengo ganas de ver a Gina, ojalá que si Paty Zuno, lee esta columna, le diga que cuando venga de visita a Laredo me hable para irnos a comer una buena carne asada al Diligencias y recordar que un día tuvo la suerte de que fuera su empleado -aunque siempre me trató como si fuésemos amigos de toda la vida- y yo tuve la bendición de haber conocido a tan generosa señora que nunca voy a olvidar.
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