Pobrecitos, son los más olvidados de este tipo de fiestas, y sin duda, los más sacrificados, ya que sólo por quedar bien con la novia, la amiga con derechos o simplemente con una niña que les gusta, han sido capaces de asistir a todos los ensayos de la coreografía impuesta por el Profesor Sergio Ramírez que además, hay que decirlo, es muy estricto con sus horarios, y es que eso de estar batallando con las “tineyers” que se comportan al capricho, al berrinche y a la pataleta, es como demasiado fastidioso y encima de todo, tener la carga de la impuntualidad de las protagonistas de la fiesta, ha de ser una monserga, por eso, en esta columna, me refiero con cierta distinción a los chambelanes, ya que su valiosa participación, ayuda un poco a distender el correoso carácter de las chicas, que de por si, tienen muchas presiones tanto en el colegio, como en sus clases inútiles de ricas ociosas, es decir, de danza, karate, macramé chino, origami tailandés y fen shui, además de acudir a la Cueva dos o tres veces a la semana para aprender uno que otro pasito de un cursi vals, ha de ser demasiado engorroso, pero todo lo soportan con menguada estoicidad, con tal de figurar en el ambientito y sobre todo, para ir al encuentro de los chicos que tienen el permiso expreso de los organizadores que sin querer, se convierten en chaperones, porque siempre está presente el comité de vigilancia integrado por las socias leonas, en este caso encabezado por Normita Vázquez de García la presidenta y acompañada por Irmita G. de Aréchiga y la Dra. Elida Delgado de Carmona, o en turnos bien distribuidos durante los eventos previos al baile más elegante del pueblo.
Digan lo que digan los demás, la presencia de los jovencitos es un ingrediente infaltable en este baile, porque su apostura, la prestancia de la vestimenta clásica, sus caras, que oscilan entre circunspectas, ruborizadas y a producto de gallina, le dan un tono glamoroso al acompañamiento real, ya que el nombre de chambelán, no es nada más, por cuestiones del azar o caprichos del destino, sino porque son cargos honoríficos que se otorgan a personajes muy especiales a quienes se les dispensa toda la confianza de la dama a la que escoltan.
En este caso, y han de perdonar, si por omisión ofendo a alguien, uno de los muchachos que he visto en repetidas ocasiones, casi siempre acompañando a su hermana Triana, es a Eduardo Chapa que siempre se ve muy bien, sin falsas poses, pero tampoco en actitud fingida, se desenvuelve con naturalidad, ya que siendo el escolta de la embajadora, no debe fungir como protagonista, y él lo hace perfecto, ya que sin desdibujarse, logra su claro propósito de dar respaldo social a su dama.
Conste que la presente columna no es para hacer apología de lo frívolo, sino para dejar constancia de los roles adecuados de las personas en estas puestas en escena que son sumamente divertidas y además, siempre resultan un buen pretexto para que las mujeres luzcan sus mejores galas, presuman las cirugías pláticas más recientes y su gusto por las tendencias de la moda, además los maquillajes exactos de Javier Menchaca y los otros profesionales del “extreme make over” del pueblo.
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