Ya se estaban tardando en poner el pino de navidad, pero eso
que puso el encargado de redactar la información en el blog de Benjamín Galván,
de que es un macro árbol navideño, es una exageración, si el pinche pinito apenas
alcanza 12 metros, está más grandote el pino que está enfrente de mi ventana en
el jardín de la escuela Cosme Pérez, lo único que le faltan son hartas
lucecitas de colores y esferotas de papel de china, el que sí está chingonón es
el de El Zócalo, de piso a cielo alcanza una altura descomunal de cincuenta
metros, y perdonen, que haga esa horrenda comparación, ya sé, que no es lo
mismo el globero pueblo que la gran capital mexicana, que tiene aires aristócratas
e ínfulas de Divina Garza, y aquí, por más que quiera uno tapar la miseria y la
desolación con un dedo, es punto menos que imposible, la verdad, es que Nuevo
Laredo no tiene nada de nuevo, para quienes leen esta columna en algún lugar
indeterminado del mundo, nuestra ciudad, hace muchos años, era un paraíso económico,
en donde los negocios florecían y la gente prosperaba, ahora todo ha cambiado,
estamos sumidos en el lodazal de la ignominia, del atraso y la abulia, esto
parece no tener compostura, lo bueno es que ya pusieron los adornos navideños
en la fea explanada Baca Calderón, por lo menos, la temporada decembrina no
será tan triste, con decirles, asiduos fans, que en el mercadito Maclovio Herrera
que siempre estaba lleno de turistas a todas horas del día, ahora no se paran
ni las moscas, aunque es verdad, que las pirujas de medio pelo andan deambulando
en la madrugada en busca de clientes para su negocio de carne, y para colmo de
males, el encargado de la parroquia de Guadalupe, o anda de pedo o se está quedando
dormido, porque en estos días de diciembre, los feligreses que han hecho
peregrinaciones la han encontrado cerrada a piedra y lodo, o sea que ni la
virgencita está de nuestro lado por culpa de estos huevones que no tienen
ningún respeto por la devoción ajena, cuando estaba el padre Arturo de Alba,
que era dueño de muchos defectos y que siempre andaba con el güiskito de
consagrar en la mano, pero eso sí, aunque anduviera bien amanecido, la iglesia
siempre estaba abierta desde muy temprano, yo, lo siento por los que vienen desde
muy lejos a adorar a la morenita del Tepeyac, que se tienen que regresar muy
desconsolados a sus barrios de origen sin poder presentarle sus respetos a la
patrona de México, acaso, Monseñor don Gustavo Rodríguez Vega no podrá meter en
cintura a sus sacerdotes, bueno, tampoco es que todos tengan cinturita, me
refiero a que Su Eminencia les ponga un correctivo eclesiástico, no digo, no,
que levante una pira de leña verde, pero sí, que los conmine a que abran las
puertas del templo a horas más decentes y no a las cuatro de la tarde, de por
sí, las calles están ardiendo en peligro a todas horas, lo digo, sobre todo,
por los viejitos que hacen el esfuerzo de caminar varias cuadras para postrarse
de hinojos ante el altar de La Guadalupana (esa frase es de la inefable
cronista social paisana María del Carmen Paul), ellos, no pueden andar parados
tanto tiempo, se les cansan sus piecitos, yo, los invitaría a mi casa que queda
a unas cuadras de la iglesia, pero en esta desdichada Loma corre mucho aire, y
no quiero que les vaya a pescar una pulmonía cuata, líbreme san Expedito mártir
de tan temeraria idea homicida, aquí tengo, herencia de mi sacrosanta madre,
una virgen de bulto de tamaño natural, para que pudieran venir a adorarla con
frenesí, lástima que la placita Miada, esté tan desmontada, que no haya árbol que
detenga los aironazos matadores, porque si no, mi casa sería casa de todos para
los que quisieran rezar rosarios o esa bonita melodía intitulada: “Desde el
cielo una hermosa mañana… La Guadalupana, La Guadalupana bajó al Tepeyac, en
fin, que, como les he venido diciendo desde hace varios días, queridos
lectores, ya huele a Navidad. Oremos.
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