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martes, 6 de diciembre de 2011

El micro pino del globero pueblo


Ya se estaban tardando en poner el pino de navidad, pero eso que puso el encargado de redactar la información en el blog de Benjamín Galván, de que es un macro árbol navideño, es una exageración, si el pinche pinito apenas alcanza 12 metros, está más grandote el pino que está enfrente de mi ventana en el jardín de la escuela Cosme Pérez, lo único que le faltan son hartas lucecitas de colores y esferotas de papel de china, el que sí está chingonón es el de El Zócalo, de piso a cielo alcanza una altura descomunal de cincuenta metros, y perdonen, que haga esa horrenda comparación, ya sé, que no es lo mismo el globero pueblo que la gran capital mexicana, que tiene aires aristócratas e ínfulas de Divina Garza, y aquí, por más que quiera uno tapar la miseria y la desolación con un dedo, es punto menos que imposible, la verdad, es que Nuevo Laredo no tiene nada de nuevo, para quienes leen esta columna en algún lugar indeterminado del mundo, nuestra ciudad, hace muchos años, era un paraíso económico, en donde los negocios florecían y la gente prosperaba, ahora todo ha cambiado, estamos sumidos en el lodazal de la ignominia, del atraso y la abulia, esto parece no tener compostura, lo bueno es que ya pusieron los adornos navideños en la fea explanada Baca Calderón, por lo menos, la temporada decembrina no será tan triste, con decirles, asiduos fans, que en el mercadito Maclovio Herrera que siempre estaba lleno de turistas a todas horas del día, ahora no se paran ni las moscas, aunque es verdad, que las pirujas de medio pelo andan deambulando en la madrugada en busca de clientes para su negocio de carne, y para colmo de males, el encargado de la parroquia de Guadalupe, o anda de pedo o se está quedando dormido, porque en estos días de diciembre, los feligreses que han hecho peregrinaciones la han encontrado cerrada a piedra y lodo, o sea que ni la virgencita está de nuestro lado por culpa de estos huevones que no tienen ningún respeto por la devoción ajena, cuando estaba el padre Arturo de Alba, que era dueño de muchos defectos y que siempre andaba con el güiskito de consagrar en la mano, pero eso sí, aunque anduviera bien amanecido, la iglesia siempre estaba abierta desde muy temprano, yo, lo siento por los que vienen desde muy lejos a adorar a la morenita del Tepeyac, que se tienen que regresar muy desconsolados a sus barrios de origen sin poder presentarle sus respetos a la patrona de México, acaso, Monseñor don Gustavo Rodríguez Vega no podrá meter en cintura a sus sacerdotes, bueno, tampoco es que todos tengan cinturita, me refiero a que Su Eminencia les ponga un correctivo eclesiástico, no digo, no, que levante una pira de leña verde, pero sí, que los conmine a que abran las puertas del templo a horas más decentes y no a las cuatro de la tarde, de por sí, las calles están ardiendo en peligro a todas horas, lo digo, sobre todo, por los viejitos que hacen el esfuerzo de caminar varias cuadras para postrarse de hinojos ante el altar de La Guadalupana (esa frase es de la inefable cronista social paisana María del Carmen Paul), ellos, no pueden andar parados tanto tiempo, se les cansan sus piecitos, yo, los invitaría a mi casa que queda a unas cuadras de la iglesia, pero en esta desdichada Loma corre mucho aire, y no quiero que les vaya a pescar una pulmonía cuata, líbreme san Expedito mártir de tan temeraria idea homicida, aquí tengo, herencia de mi sacrosanta madre, una virgen de bulto de tamaño natural, para que pudieran venir a adorarla con frenesí, lástima que la placita Miada, esté tan desmontada, que no haya árbol que detenga los aironazos matadores, porque si no, mi casa sería casa de todos para los que quisieran rezar rosarios o esa bonita melodía intitulada: “Desde el cielo una hermosa mañana… La Guadalupana, La Guadalupana bajó al Tepeyac, en fin, que, como les he venido diciendo desde hace varios días, queridos lectores, ya huele a Navidad. Oremos. 

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