Mis mejores amigos siempre han sido mayores que yo, en mi
primera juventud, disfruté de la dulce amistad de la profesora Emma Sáenz Zárate
de Delgado; una de las grandes educadoras de nuestra ciudad, cuando la conocí ya
era grande, tanto de edad como de estatura espiritual, decían de ella, que
tenía un carácter recio, eso me consta, pero también debo confesar que en su
compañía, disfruté de momentos irrepetibles, no sé ni por qué razones me adoptó
como su nieto, si yo era un simple muchachillo inculto de barrio pobre, en esa
época trabajaba en un periódico de cuyo nombre no quiero acordarme, así que, después
de mi chamba de redactor bisoño, cada tarde me apersonaba en su hogar, como la
profesora no podía caminar sin la ayuda de su báculo, me indicaba que me
sirviera lo que había cocinado ese día, como era perro de banqueta, pues ni
tardo ni perezoso le hacía caso a su orden perentoria, me contó muchas
historias de las familias viejas de ese Laredo que ya se fue, de esas amistades
con personas de edad mayor a la mía, he tenido muchas y muy buenas, con Lya
Engel, aquella famosa directora teatral, esposa del inolvidable periodista
español don Francisco (Paco) Fe Álvarez, sostuve una provechosa relación
afectuosa, en la que aprendí a defenderme de los demás en un campo minado de un
periodismo local cavernícola y chabacano, con don Antonio Flores Piloto, el
promotor de deportes más importante de la ciudad, tampiqueño de origen, también
establecí una cariñosa familiaridad cotidiana, ya que siempre me invitaba a
merendar para que lo acompañara, en ese lapso, me platicaba de sus andanzas, de
sus inicios, de su formidable trayectoria en el periodismo y la locución, con
don Luis Olloqui, el periodista que todo lo sabía y todo lo había vivido, tuve
encuentros afortunados y otros, muy aleccionadores, con Mauricio González de la
Garza escribí una buena historia que algún día la publicaré en un libro, y si,
es una novela, cuando le platiqué a Mauricio mi proclividad a los viejitos, me
escribió algo en un papelito, de su puño, letra y genio, que todavía conservo
entre las páginas de un libro que me dedicó, andando el tiempo, lo incluyó en
un artículo, luego en un libro, pero el original, es decir, el origen de esas
ideas tan claras, surgió de mi inquietud, enseguida, les comparto, el texto
íntegro, queridos lectores.
“Siempre he insistido en que no hay brechas generacionales,
sino mentales y de otras índoles, ajenas a las cronologías, y que uno puede
tener amigos menores o mayores que uno. La amistad no se finca en la fecha de
nacimiento, sino en el uso de las neuronas, en ciertos gustos, en sentimientos
en común, y finalmente en misterios aun no extraídos, enigmas del porqué uno
quiere a sus amigos sobre los demás. Puede uno darse razones por las que es
amigo de una determinada persona, pero la amistad tiene algo de religión,
ingredientes de dogmas, de fe, de esperanza, de alegría y de invención. Por
eso, las explicaciones, aunque sean válidas, en el fondo, no son convincentes
ni para uno mismo. Tan es así, que si a uno le ofrecen a una persona con más y
mayores cualidades que las que, uno mencionó de un amigo querido, no bastan
para que uno lo cambie por el nuevo, porque los amigos no son objetos, sino
complicadísimos seres con sensibilidades, y sobre todo, con una comunidad
interior imposible de sustituir. Un amigo es tan imposible de canjear por otro,
como uno mismo no podría dejar de ser el que es para pasar a ser otra persona.
Hay un cúmulo de razones y de sinrazones de cariño, de respecto y de
admiración, que son siempre inseparables de la amistad; por eso la amistad no
es asunto de transacción o de trueque. Uno escoge a sus amigos, y los amigos lo
escogen a uno. La amistad suele ser de ida y vuelta, pero a veces, uno quiere
más a un amigo que lo que el amigo quiere a uno. Es decir, uno está dispuesto a
dar más de lo que recibe o a recibir más de lo que da, no propositivamente,
sino porque así es la vida y así es la relación”. Feliz Domingo.
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