Hace años, para estar a la moda, compré un Black Berry, nunca
me había arrepentido tanto en mi repapalotera existencia, y es que, el maldito
aparato, como si fuera un artefacto manipulado por el demoño, empezó a cobrar
vida propia, cada vez, que me encontraba inmerso en cualquier asunto de mi
rutina diaria, se manifestaba con ruidos extraños, así que, entre chiflidos o zumbidos,
a huevo tenía que ponerle la atención que exigía, llegó un momento, en que, le
dedicaba más tiempo al mentado teléfono inteligente, que a mis naturales actividades,
además, no era, que se podía dejar para despuesito, nada de eso, si, por mula
que siempre he sido, no respondía de inmediato, el artilugio electrónico empezaba
a convulsionarse como si estuviera poseído por una fuerza sobrenatural, por suerte,
jamás he creído en esas patrañas de espíritus chocarreros, mamá, mujer sabia y
de carácter indomable, cuando me levantaba en la soledad de la madrugada, por
temor a los ruidos extraños, me decía: “acuéstate, no hay nada malo, los
muertos ya no regresan, tenle más miedo a los vivos”, de tal manera, en siendo,
un libre pensador y alentado por el consejo de mi sacrosanta progenitora, di
por sentado que el Black Berry, no era usado por algún ente maligno, como
quiera, por si las flais (traducción simultánea: “por si las moscas”), salí
corriendo a la parroquia cercana, y el padre Diabla, le hizo unos pases mágicos
encima del lomo electrónico, el santo hombre que Dios tenga en su Gloria
eterna, me dijo: “no tiene nada, llévalo aquí a la vuelta para que te lo
desbloqueen; yo allí llevé el mío y ya no chinga tanto todo el día”, dicho y
hecho, el habilidoso técnico le quitó todos las alertas posibles, pero el daño
en mi ánimo ya se había realizado y expuesto, resuelto en mi decisión de
eliminarlo de mi destino, ipso facto, o sea, en chinga, de un jueves para un
viernes, lo regalé, les juro por el Beato Carlos, que me sentí liberado del
todo, nunca más, los pujidos, ni los quejidos, ni los zumbidos se escucharon en
mi dulce hogar, y me acordé de mi aventura con el chingado aparato, porque en
el Nextel, ahora que se me pasmó el radio, que no jalaba ni pa´tras ni pa’delante,
mi cuñado Elías tuvo que ir a la oficina de la famosa compañía que sirve para
dos cosas, y a veces ni para eso, trajo un folleto publicitario, en el que
anunciaban con gran faramalla, una grandiosa oferta, si el cliente incauto, abría
un contrato de casi setecientos pesos por mes, le regalaban el Black Berry, ese
que uno lo toca y se despliega una pantalla con multifunciones, claro que, a mi
sobrino le brillaron los ojitos, no de balde, estos cabrones mercadotécnicos,
que no son hijos de su mamá sino de otra señora, idean estos paquetes
asombrosos para embaucar a los huercos deseosos de poseer la novedad de la
temporada, y en un carrusel de imágenes, como dicen, les suele ocurrir a los
que experimentan “la muerte chiquita”, se me vinieron todos los aciagos
recuerdos de cuando el mentado Black Berry tuvo mi vida en sus manos, no sé, si
me crean, queridos lectores, pero me entró una especie de parálisis del sistema
inmunológico, una fuerte palpitación derivó en un shock nervioso, las
megambreas se me humedecieron y se me trabaron las agarraderas de la voluntad,
gracias a san Miguel Allende, no me morí de la impresión, pero si di el azotón
como buey de rancho seco, cuando volví en sí, agarré el maldito papel de
anuncios comerciales de la malhadada compañía, se lo entregué a mi pariente, y
le pedí: “diles a los de Nextel, que se lo hagan rollito y se lo metan por
donde les sale el disco duro de su electrónica humanidad”, en ese instante
radiante, me volvió a funcionar mi radio, uno de esos, a los que, en tono
despectivo, los ejecutivos de cuenta de la mentada empresa ladrona, lo denominan
como: “un radio austero”, pero prefiero controlarlo con un peteté discreto, a
que el BlackBerry gobierne mi vida, como María Cristina, la de la canción. Ya
dije.
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