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domingo, 30 de enero de 2011

Pancho Villa

Yo se lo dije alguna vez a don Raymundo Ríos Mayo, si tuviera dinero para subsistir sin tener que alquilarme para chambear, me habría dedicado de tiempo completo a escribir acerca de la historia, lo malo es que soy más pobre que una rata, bueno, no tanto así, pero tampoco me sobra la lana para tirarme al estupendo ocio de andar escudriñando entre los documentos viejos, además, poseo escasa visión, es decir, uso lentes de gran potencia, así que la poquita vista que tengo, la utilizo para asomarme a los libros en los que abrevo cotidianamente para no perderme entre los adjetivos, pronombres y adverbios, es decir, para no viciar mi peculiar estilo en la confección de esta columna.

Rosa Helia Villa nieta de Pancho Villa, que en realidad ni se llamaba así, sino Doroteo Arango, y a lo mejor tampoco ese era el apelativo al que respondía, sacó el libro: “Villa de mi Corazón”, en el que trata de explicar, según sus básicas herramientas de estudio, de cómo ha cambiado la figura del centauro del norte después de muerto, naturalmente que, el hecho de que sea su parienta, tampoco le otorga ninguna cualidad de investigadora y mucho menos de escritora, supongo que, es uno de esos libracos como los que se editan en las academias literarias de los pueblitos, en el que de buena voluntad, las señoras con más sentimiento que talento, mandan imprimir cien ejemplares para regalarlos a sus familiares, comadres y amigos, porque ni modo que se le pueda otorgar más valor que el sensiblero de moco y llanto a un libro que no es de historia, ni de nada.

La relación más cercana que he tenido con Pancho Villa, fue una vez que tuve la mala idea de acudir a una de esas sesiones espíritas en las que un médium, que no es una talla de ropa, sino un sujeto que se presta de vehículo para traer al más acá a espíritus del más allá, les confieso, queridos lectores, que yo no sabía ni de qué se trataba lo que ahí habrían de realizar, sino que, por esas raras casualidades que tiene la vida, fui a dar a un pueblito cercano de los alrededores, con la idea de que me leyeran las cartas, pero de pronto me vi involucrado en una experiencia de lo más extravagante, resulta que don Gelipe, señor regordeto, de pelo entrecano, mal fajado, con cara de soldado veracruzano, nos dijo a todos los presentes que éramos como una veintena: “ahora se va a presentar mi general Pancho Villa” y yo creí que eso iba a ser en la tele, pero nada, que de repente, el hombretón se enroscó como chinampina en comal caliente, una de sus sacerdotas (podría haberme referido como sacerdotisa, pero estaba muy gorda) anuncia que el espíritu de Pancho Villa se haría presente en el cuerpesote del vidente, (lo que sigue, les ruego a quienes son muy impresionables que no lean el final de la historia), de pronto se escucha una voz rasposa, evidentemente de un hombre norteño, que nos dijo: “que chingaos quieren cabrones”, y todos los ahí reunidos empezaron a murmurar y verse entre ellos ansiosamente sorprendidos por el sobrenatural prodigio, entonces, el curandero empezó a tirar ramalazos de un manojo de pirul, albahaca, romero y otros yerbajos a diestra y siniestra, mientras profería palabrotas que no transcribiré en esta pudorosa columna familiar, don Felipe explicó ya fuera del trance que el llamado Napoleón mexicano, es un espíritu rebelde que con su grandeza ayuda a los atacados por algún mal de ojo o brujería a despojarse del daño para proseguir con su vida normal, yo no quiero ser sacrílego, pero a mí no me ayudó en nada, ya que luego de esa “limpia” me fue de mal en peor, tanto así que me corrieron de todos lados, no volví a chambear en ningún periódico local, tuve que emigrar a tierras extranjeras, en las que fui profeta gracias a mi buena estrella que por fortuna mi Dios nunca me ha abandonado, ni siquiera cuando renuncié a mi fe por tragedias íntimas que nunca revelaré, en fin que el “roba vacas” sigue siendo un sujeto-objeto digno de estudio que al parecer será inmortal por los siglos de los siglos santos amén. Ya dije.

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