Gracias a mis múltiples lecturas, que no son tantas, aunque a veces presuma de que soy un voraz lector omnívoro, he conocido a grandes poetas, pero uno de los que más me han deslumbrado es el genial Oliverio Girondo, quien nació en Buenos Aires, Argentina hace más de cien años (1891-1967), lo deslumbrante de su obra, no es la magnífica hechura de sus poemas, sino su vigencia constante en una sociedad que se ha ido transformando de tanto en tanto, pero que no ha dejado de percibir la honda esencia de un artista metafísico que en sus palabras transformadas en árboles, estrellas, nubes o labios, nos otorga cobijo a sus seguidores, que en estos tiempos que corren, son muchísimos alrededor del mundo, tal vez, nunca lo imaginó, que luego del devenir del tiempo, ese que no se siente correr hasta que vuela, pervivirían sus ideas acerca del amor, tema universal que al parecer es filón inagotable de inspiración para confeccionar metáforas que destellan como luciérnagas, a pesar de la mancha de olvido de tantas generaciones desagradecidas.
Oliverio, como casi todos los genios, tuvo la oportunidad de recibir una esmerada educación en connotados centros europeos, ya que nadie, y cuando digo nadie, me refiero a muy pocos, han sido capaces de sentarse ociosos a cultivar lo que del alma brota, porque siendo groseros, los empeños de trabajo para proveerse de casa, comida y sustento, no podrían dedicarse de tiempo completo a hacer lo que hicieron con tan magistral maestría, pero Girondo, nació en cuna rica, así que le fue fácil, arrellanarse en la banca de un parque, en la banqueta de una cárcel o bajo el dintel de un horizonte a contemplar atardeceres, observar el vuelo de los pájaros o escuchar, atento, los suspiros de las putas ante un billete puesto en sus manos, luego de hacerlo volar en la cama.
Uno de mis propósitos de año nuevo, fue éste, precisamente, ofrecerles a ustedes, queridos lectores, la oportunidad de conocer, y si ya lo conocían, de reconocerlo, y si lo andaban buscando, ponerlo en su camino, a autores como este argentino, que ha trascendido en el tiempo, con estos manojos de poemitas tiernos; oscuros, diáfanos y espesos en la suavidad del borde inmaculado de los siglos, enseguida unos párrafos como ejemplo de lo que les he dicho:
“No se, me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa. ¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado?
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes... la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando”. Girondo, Oliverio. Genial, simplemente genial.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario