Yo sé, si no soy tan miope como para no darme cuenta de que este mundo le pertenece a los lambiscones, a quienes se les puede reconocer en una sola mirada, son esas prefiguraciones espirituales que dicen si a todo, su temperamento no hierve bajo ninguna circunstancia, son seres pasivos carentes de cualquier opinión, sin embargo son tan útiles para los que pueden pagar sus servicios, que si su patrón les dice que los elefantes vuelan, nunca lo contrariarían, al menos, no en su presencia, para ellos no existe más voluntad que la del que paga su sueldo, a veces no tienen tiempo ni para ellos mismos, lo cual los exime de la grave responsabilidad de vivir.
No los culpo, tal vez, si yo no tuviera la suficiente pólvora en la sangre como para encenderme cada vez que alguien inferior a mí en todos sentidos, me dictara una orden, además, por si fuera poco, la única ventaja sobre mi persona fuera su insolente dinero, entonces, sólo entonces, me alquilaría para que un bueno para nada doblegara mi soberana voluntad de hacer lo que se me hinchen las ganas, nunca he sido proclive a caravanear a nadie, ni siquiera cuando empecé en el oficio, y eso que en aquel entonces era un huerco caguengue que no sabía ni la O por lo redondo, mucho menos ahora que he leído El Quijote en 23 versiones de distintos autores.
Los lambiscones no son como los diplomáticos, que esos estudian para decir: “qué bonito perrito” mientras pueden agarrar una piedra para defenderse de un posible ataque del animal, aunque a veces, sólo a veces, se le parecen mucho en los procedimientos, ambos negocian sus ingresos con sonrisas, con palabras bonitas escogiditas del amplio vocabulario que recogen del jardín de su alma doblegada a los poderosos, pero los que se ganan la vida adulando a los demás, son de una estirpe distinta y es que estos, por una paga extra son capaces de mentir por evidente que sea la falacia, es decir, expresan sin pudor, lo que consideran endulzará los oídos de los que les pagan para oír lo que los hará dichosos.
Es tal el éxito económico de los lambiscones que de seguro, al rato, casi lo puedo asegurar, se creará una carrera universitaria con materias tales como: “sonrisa matutina para el jefe”, “gestos adecuados para servir al patrón”, “palabras exactas para la señora del patrón”, “realizar diligencias incómodas para no molestar al patrón” en este rubro se pueden confeccionar diplomados de diferentes niveles hasta llegar a la maestría que puede incluir: “caravanas perfectas para adular al patrón y a sus parientes”, “gestos propios para los amigos del patrón sin exageraciones evidentes”, ya en el doctorado, el programa de estudios sería más estricto, porque si se toma en cuenta que en las altas esferas se requiere tragar sapos sin hacer gestos, entonces se debe contar con una imagen perfecta que no denote sino alegría por servir al patrón, que los problemas personales no manchen los visajes exactos en las coreografías montadas para ofrecer homenajes a los dueños de su tiempo, de sus estados de ánimo y casi siempre, de sus sueños de grandeza, aunque hay algunos que se conforman con seguir así, inocuos, imperceptibles y solubles, con la única esperanza de que el “Señor” se contente con su capacidad de abstraerse si ese es su deseo o de hacerse notar ante un chiste emitido del dueño de sus anhelos, con risas francas o carcajadas estridentes, según lo amerite la ocasión, convirtiéndose en patiños o en coartadas perfectas cuando el caso así lo requiera.
A los lambiscones, nadie, nunca, por ningún motivo, los podrá desplazar, a menos que se mueran, y muerto el lambiscón… ¡Viva! el que ocupará su lugar, porque estos son como las criadas viejas a las que por cariño ganado a través de sus buenos servicios, el patrón les contrata a una sirvienta joven para que las ayude con sus labores, que en lugar de agradecerle a su colaboradora le hace la vida imposible hasta que la echa del lugar. Yo considero, sin temor a equivocarme que la lambisconería debería de ser considerado el oficio más antiguo del mundo.
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