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viernes, 4 de junio de 2010

La Belleza

Este mundo que transcurre, ya no asombra a nadie, las costumbres se han relajado tanto, que lo que antes podía haber causado una hecatombe mundial, ahora no despeina ni a la estatua de la libertad, claro que siempre han existido los siete pecados capitales, pero antes, por lo menos, los implicados en bochornosos asuntos de lujuria o gula, se escondían en los rincones para deleitarse con sus gustos inconfesables, actualmente las pirujas se muestran en las telenovelas sin pudor alguno, los actrizos se confiesan abiertamente homosexuales, las madrotas heterosexuales regentean tropas de seguidores con promesas de diputaciones, alianzas contra natura, gubernaturas pútridas o regidurías cómodas con sueldos ejecutivos.
Sin embargo, las historias humanas, esas que se viven de manera particular, tragedias engendradas en la domestica intimidad de las casas, siguen siendo las mismas, al interior de los hogares, las familias sufren exactamente por las mismas nimiedades de siempre: el amor, el desamor, la infelicidad, el desacato cotidiano a las leyes que rigen las uniones de las almas, por ello, el mundo no cambia en su esencia, y lo que escribieron los hombre cultos de la antigüedad, sigue vigente en los tiempos que corren, los sentimientos no cambian, tal vez, ahora se exacerban las pasiones trocándose en conflictos existenciales que derivan en vicios del comportamiento, y según estudios acuciosos de los profesionales de la mente, la principal causa de muerte, es el aburrimiento de vivir, o dicho de otra manera, la depresión, por motivos tan frívolos como la apariencia física o causas similares.
Los seres humanos descontentos con los atributos otorgados por la madre naturaleza, se vuelven irascibles por el hecho real de no poder cambiarse la nariz prominente por una respingada y orgullosa, o los ojos papujados como sapos inflados por el ego, catálogos de insomnios, espejos de envidia contenida, en almendras perfectas de brillo en esplendor del día, y la boca de mueca lasciva, en labios que inviten a besar, a eso se ha llegado, a desear lo que Dios no les ha otorgado como Don desde el momento de nacer, y los cirujanos plásticos, escultores de la carne, han hecho de su oficio uno de los más rentables, por eso algunos, sobre todo los que lo requieren, se publicitan como auténticas celebridades, hay varios que se vuelven tan famosos que les pagan sin ejercer su oficio médico, a ese punto se ha llegado, que ellos que deberían estar encerrados en sus consultorios o en quirófanos repletos de cinceles, taladros, hilos, agujas y sustancias milagrosas, poniéndose ante los reflectores maquillados con doble fondo de correctores, describiendo las maravillas de portento que son capaces de crear gracias a sus conocimientos.
La belleza perfecta no existe, es el amante, quien por esas sutilezas del alma, por arte del amor, observa desde su cumbre espiritual a una hermosura que se despliega sólo ante sus ojos, por dicha razón, los poetas describen a sus amadas con metáforas de admiración genuina, y sus dedos son uvas, las manos golondrinas en vuelo y su risa lluvia cantarina danzando en los campos, pero lo dice mejor que yo, el extraordinario poeta mexicano, Eduardo Lizalde, sin necesidad de disecciones con el bisturí, con las palabras como única herramienta…
Óigame usted, bellísima, no soporto su amor. Míreme, observe de qué modo su amor daña y destruye. Si fuera usted un poco menos bella, si tuviera un defecto en algún sitio, un dedo mutilado y evidente, alguna cosa ríspida en la voz, una pequeña cicatriz junto a esos labios de fruta en movimiento, una peca en el alma, una mala pincelada imperceptible en la sonrisa... yo podría tolerarla. Pero su cruel belleza es implacable, bellísima; no hay una fronda de reposo para su hiriente luz de estrella en permanente fuga y desespera comprender que aun la mutilación la haría más bella, como a ciertas estatuas.

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