Con tantas malas noticias que se han sucedido una tras otra y sin descanso, no me queda más remedio que orar al buen Dios para que, de una vez por todas, podamos vivir en santa paz, ya se sabe, desde los tiempos antiguos, que no hay mal que dure cien años, que nada es para siempre, aunque parezca lo contrario, ni siquiera el diluvio, ya que luego de desparramadas las aguas, poco a poco, volvieron a sus cauces naturales.
Monterrey está pasando momentos complicados bajo la perniciosa influencia del huracán Adrián, y lo que parecía inevitable, como cuando “Gilberto” devastó a la regia ciudad, que ese monstruo de vientos feroces nos pegaría a nosotros, resulta que se desvió poquito y lamentablemente les cayó a ellos con tanta fuerza que se desbordaron los ríos arrasando con todo a su paso, escribo esta columna la tarde del sábado tres de Julio, luego de disfrutar la derrota de los prepotentes argentinos y su petulante director técnico llamado Diego Maradona, bajo los pies de los poderosos alemanes que los humillaron con cuatro golazos y los chés jugadores tangueros, marrulleros y cochinos no metieron ni uno solo, así que nunca mejor dicho por José Alfredo: “qué bonita es la venganza cuando Dios nos la concede, yo sabía que en la revancha te tenía que hacer perder, hay te dejo mi desprecio yo que tanto te admiraba pa’que veas cuál es el precio en las leyes del futbol”, por supuesto que me alegro, porque ese drogadicto de pacotilla nunca tuvo respeto por nuestra selección ni por ningún otro adversario, a los triunfadores se les reconoce por su actitud ante los caídos y el chapucero jugador que, en su época de mayor gloria, metió un gol con la mano para luego salir a declarar con los ojos desorbitados, que fue “la mano de Dios”, además de tramposo, apóstata, porque nadie puede endosarle a Jehová de los Ejércitos una estafa de ese tamaño, en fin, que ese no es el tema central de la presente columna, sino la gran calamidad que están padeciendo los regiomontanos más pobres que han perdido sus casas, sus pertenencias y en algunos casos, seres queridos que han muerto ante la magnitud del meteoro, yo no lo sé de cierto, porque no conozco la planeación urbana de la capital de Nuevo León, pero supongo que en aras de la modernidad de la sultana urbe, han tapado los cauces de algunos ríos, de arroyos, es decir, de los afluentes naturales de las lluvias, claro que cuando cae tanta agua en tan poco tiempo no hay manera de contenerla, ni posibilidades de que no se genere una tragedia como la que ocurrió en esa ciudad, ahora lo que queda, en la medida de nuestras posibilidades, es ayudarlos a salir adelante, y no estoy exagerando al declarar que nos unen a ellos hondas raíces familiares, de cariño, de empatía y admiración, porque ningún pueblo tamaulipeco nos provoca nada, pero Monterrey es como lo que quisiéramos llegar a ser como ciudad y no, por ejemplo como Victoria o Tampico, que ni siquiera están en nuestros recuerdos o en nuestras nostalgias, no estoy diciendo nada que ustedes no sepan, queridos lectores, así que por estos lazos que nos unen con ellos, echémosles la mano ahora que nos necesitan, al fin y al cabo somos familia, por cierto, antes de terminar, quiero señalar el nombre del director de Protección Civil de Nuevo Laredo, que olvidé mencionar en una columna anterior en la que felicité a dicha dependencia a cargo de Juan Ernesto Rivera Gómez que realiza un extraordinario trabajo ante las contingencias causadas por los fenómenos naturales, ya sé que mi Guillotina de hoy parece una carta de un tío abuelo lejano narrando los acontecimientos a lejanos parientes, pero no puedo evitar el tono confianzudo en el que siempre les he hablado, nada más les advierto que seguiré contándoles en posteriores columnas acerca de esto mismo, ya que nuestro globero pueblo, a causa de la hecatombe provocada por “Adrián”, se quedó incomunicado, pero mejor léanme mañana para que se enteren.
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