En el soundtrack de mi repapalotera vida existen melodías inolvidables que son como nubes en las que descansa mi alma cuando extenuada se recuesta en el tálamo de los recuerdos, ya sé que se leyó muy mamón, pero esa es la pura verdad y es que, gracias a mi sacrosanto progenitor, conozco cantantes de la vieja guardia, me gustan, por ejemplo, María Luisa Landín, Lupita Palomera, Toña La Negra, también los mambos de Pérez Prado, los danzones de Carlos Campos y Acerina, Marco Antonio Muñíz, Javier Solís o la Sonora Santanera, entre esos, no es que estuviera entre sus favoritas, pero alguna vez, la voz estrepitosa de Olga Guillot resonó entre las paredes de mi viejo hogar, y yo, niño al fin, le pregunté a mi apá: “¿quién es, esa vieja que grita tan feo?” y era ella, la cubana, que rondando por el mundo, llegó de visita a México, con tan buena suerte para nosotros que se quedó a vivir para siempre, claro que no es de mi época, si yo soy un huerco imberbe, bueno, no tanto, pero no tengo 70 años, pero siempre me gustó su estilo para gritar los boleros que son melodías llenas de suavidades y esta poderosa cantante les implantó su sello personal con una apasionada teatralidad que asombraba por su entrega en el escenario, además fue la gran súper estrella en una época en la que abundaban los artistas de genio que transitaban por las pasarelas internacionales en que solamente destacaban los realmente talentosos, no como ahora que hasta Alejandra Guzmán esa que de drogadicta, nalgas podridas y mala madre, se catapultó a la fama sólo porque salta en las tarimas y le mienta la madre a los asistentes a sus conciertos, que por cierto ya no son tantos, y vive más del morbo de la gente que merodea los programas chafas de espectáculos que le sirven de comparsa a los mediocres.
Doña Olga Guillot siempre fue garantía de éxito y es que, aunque nunca, esa es la realidad, tuvo la gran voz educada, su genio e ingenio provocaba la magia que hacía que su figura se enalteciera al sonido de los acordes que ella matizaba con su espléndida voz dramática, en sus gestos, sus manoteos, sus ojos que eran como dos fanales caribeños expresaba el intrincado teclado de las sensibilidades que la movían para cantar como lo hacía, una de sus máximas creaciones fue la de: “tú me acostumbraste a todas esas cosas y tú me enseñaste que son maravillosas…” era su himno, pero también tenía otras, como: “La Gloria eres tú”, o la de: “Lo tuyo es puro teatro” y ahora que ha muerto, me he puesto muy triste, ya sé, si eso me queda muy claro, que nadie es eterno, que todos estamos aquí de pasadita, además tenía 87 años, el consuelo que me queda es que con su espléndida vida encarnó a todas las heroínas y a todas las villanas de su canciones, tanto así que es fecha que nadie ha podido superar sus soberbias interpretaciones y pues ya se va, pero no se va del todo, se quedan sus canciones arropadas en su aterciopelada voz antillana que vibrante nos seguirá recordando que las grandes de verdad, ésta que inventó un personaje para recrear sus letras de las que fue protagonista, pero también remitente y destinataria.
Olga Guillot murió en Miami, Florida, lejos de su cuba tan querida y de México que la quiso tanto, rodeada de sus amigos y admiradores que, la veían en cualquier lado con el asombro de ver bajar de su pedestal a una de las suyas que encumbrada jamás se sintió ajena a su pueblo y se confundió entre sus vidas sencillas, aunque en la realidad para ellos era una reina que gobernaba con dulzura en esas calles de la pequeña Habana, sin embargo la cubanísima Guillot, ha muerto sin volver a llenarse el alma de los colores, sabores y aromas de su querida Habana que ahora la ve partir cantando y diciendo adiós. “Tanto tiempo disfrutamos de este amor, nuestras almas se acercaron tanto así, que yo guardo tu sabor, pero tu llevas también sabor a mí”.
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