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domingo, 4 de julio de 2010

La derrota de Argentina

“Lero lero” gritaban, anteponiendo la sílaba cu, cada vez que Diego Armando Maradona aparecía en la pantalla espectacular del zócalo capitalino, que para quienes no lo conocen, les diré que es una plancha enorme en donde caben varias decenas de miles de personas, pues en dicha plaza mayor se congregaron manadas de mexicanos para arengar a favor de los alemanes, que a la postre se alzaría con el triunfo pasándole por encima al equipo de Argentina, tal vez, a los arrogantes chés les faltó el árbitro italiano y la ayuda invaluable del pendejo de Osorio en la delantera, que ya se sabe que colaboró con los sudamericanos dando un pase a Higuaín para el primer gol de los fantasiosos hijos de Evita que ya se sentían campeones del mundo.
Yo no soy vengativo, porque no suelo sentir odio por nadie, esos sentimientos se los dejo a los pusilánimes, pero tengo que reconocer que me llené de alegría con cada gol de los alemanes y me hinchaba de desprecio hacia Maradona, que con su rosario en la mano impotente afuerita de la banda sobre el rectángulo destinado para observar el desarrollo del juego, se le veía desencajado, casi al punto de las lágrimas y tal vez no hizo un tango público, al reconocer que su rabieta sería tomada como un trofeo para los que nos cae en la punta de las muelas.
Leonel Mesi la súper estrella del futbol, ése que gana millones de euros en cada campaña con el Barcelona, nunca se vio como factor de riesgo para la posible derrota de los teutones, esa es la verdad aunque nos duela a los aficionados que lo seguimos en el Barsa, el jovencito andaba perdido en el campo de juego, incluso, a veces ni se notaba que anduviera ahí, a mí, me daba la impresión de que Maradona le daba un “échele ganas” con una nalgada rinconera y le decía: “haz lo que quieras, si yo soy Dios tú eres san Pedro”, y así entraba a la cancha, sin más indicaciones de un verdadero estratega del futbol, que un mensaje animoso de su director técnico al que adoran en su país, dicen que hasta hay iglesias en las que en lugar de los santos correspondientes, hay una escultura de “bulto”, cómo decía mi tía Sacramento, de Diego Armando, a ese grado ha llegado el fanatismo pambolero de esa nación sudamericana por un simple ser humano con ínfulas de inmortal.
Me hubiera gustado estar en la plaza de la Constitución de la capirucha, esos lares del centro histórico eran mis correderos cuando radicaba en el D.F y es que católico como soy me gustaba hincarme a rezarle al Santo Cristo Negro El Señor del Veneno que tiene su capillita a la entrada de la antigua catedral metropolitana, y es que el zócalo es el verdadero ombligo del mundo, en ese lugar se pueden ver personas de todas partes del mundo, lo mismo hay chinos, españoles, holandeses, australianos, y todos, se quedan con la boca abierta de la deslumbrante grandeza de la arquitectura de la antigua Nueva España, pues ahora se llenó de mexicanos con algunos cuantos alemanes güerinches que no entendían nada de las porras de los chilangos, hasta que no mencionaban el nombre de su país en cada entusiasmado grito, no tanto a favor de los teutones, sino más bien en contra de los argentinos que, por cierto, andaban en la plaza creyendo que los asistentes se unirían a su causa albiceleste, pero no fue así, así que algunos que ondeaban sus banderas bicolores, hubieran deseado tomarse la pastilla de chiquitolina de El Chapulín Colorado para desaparecer del escenario netamente alemán, lo malo para estos masiosares chés, es que radican en el D. F y ahora, la capital entera es “anti argentina”, los que la van a llevar son los dueños de los restaurantes gauchos que de una época a la fecha han proliferado en la hermosa ciudad capital mexicana, que por culpa del pretencioso Dios del fútbol Diego Armando Maradona ahora nadie los puede ver ni en pintura, claro que muchos dirán que es sólo un juego, pero quien será capaz de ponerle el cascabel al gato para explicarles a los millones de apasionados mexicanos que vieron caer a su selección bajo las marrullerías de estos hijos de su retanguera madre. ¿Quién?

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