Les tengo la de ocho… para los jóvenes que me siguen en esta
columna, digo, no que los considere punto menos que ignorantes, pero a
sabiendas de que ya no les tocó el lenguaje periodístico en el que yo me inicié
y desarrollé, les he de aclarar, que, cuando me refiero a “la de ocho”, no es
un albur, que tampoco soy chilango, me refiero, a que es la noticia más importante
de la jornada, y es que, antes, muy antes, así se jerarquizaba la información,
cuando el periodismo se ejercía con menos libertad pero sin tanto libertinaje, resulta
que “El Coqueto” nunca fue conocido de tal manera ni en su barrio, ni en ningún
otro lado, ese apodo se lo impusieron los culebros de los policías, y digo, no
tendría nada de malo, si no fuera porque es una mentada de madre para las
víctimas y sus familiares, o sea, le pusieron “El Coqueto” en son de burla para
las féminas martirizadas; los socarrones, han de haber pensado que el asesino
serial, primero tuvo que haberles hablado bonito para convencerlas de no
bajarse del microbús, lo peor no es eso, sino que engañados por las autoridades
de justicia del estado de México; los medios difusores de noticias lo
presentaron de esa manera ante la opinión pública, por cierto, tengan cuidado,
que ha habido una ola de llamadas desde la ciudad de México, en el intento de
extorsionar a las familias neolaredenses, por favor, no se dejen apabullar, les
van a decir que tienen a determinado integrante de su parentela, incluso,
mientras el sujeto de marras, está intentando convencerlos, en medio del shock
traumático a que depositen 500 mil pesos a un número de cuenta, si el presunto se
tratara de una mujer, se escuchará como telón de fondo, una llorosa voz a la
lejanía, que le dirá: “si soy yo…” e incluirá el nombre de su pariente en
cuestión, no, no crean que lo estoy inventando como el telenovelero del
Pejelove, que esto, ya le ocurrió a mi tía Crisanta, le iba a cambiar el nombre
para proteger a mi inocente parienta, pero su apelativo es tan eufónico que en
lugar de disfrazarlo, prefiero incluirlo tal cual en esta angustiosa reseña,
por suerte, no pasó a mayores, y es que, a mi sacrosanta consanguínea, le
avisaron que tenían secuestrada a mi prima Estrella Guadalupe, literalmente la
salvó la campana, ya que, en ese momento, Estrellita marinera le marcó al
Nextel, mientras el sujeto con achilangada voz la seguía amenazando con matarla
si no le depositaba el dinero antes de 24 horas, repuesta del sustazo, mi tía
Crisanta, que tiene voz estrepitosa y florido léxico de carretonera en plena
función de lucha libre, le echó la maldición de la blonda y le ensartó un
rosario de palabrotas, impublicables en esta prístina columna, yo, como soy muy
institucional y tengo fe ciega en la justicia, le aconsejé que diera parte al
ministerio público, pero la tía, sabe que para que giren la orden de realizar las
indagatorias pertinentes, hay que armarse de pacencia (ansina dice ella), así
que, prefirió no levantar querella alguna para no perderse la novela de las
cinco de la tarde, por cierto, y dicho sea de paso, el coqueto que no es tan
coqueto sino más bien un cabrón asesino que a esta hora quedó cuadriculado del
occipucio, la rabadilla y el entresijo del entrecejo del chingadazo que se
metió al tratar de escaparse de la acción de la justiciera justicia que se quedó
dormida un rato pero ya despertó, responde al nombre de César Armando Librado
Legorreta, se los digo para que estén enterados, por si se les vuelve escapar a
los pupilos del procurador Alfredo Castillo Cervantes, que tampoco es Sherlock
Holmes, pero que, con su halitosis verbal había mareado a los ciudadanos
mexiquenses a los que se les cayó la venda de los ojos con la fuga del multi
homicida violador de mujeres, les prometo, asiduos fans, que en estos días les
contaré la azarosa vida gay del macho más macho de todos los tiempos, el súper
policía J. Edgar Hoover, el mismo que mató a capos de la mafia de Chicago y
acabó con el crimen organizado en los Estados Unidos, estén pendientes que el
chisme se va a poner bueno.
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