Cartas a Julieta,
es una mala película, pero el hilo conductor de la historia, es, entre cursi,
absurdo y patético, por supuesto, que el amor es el que mueve al mundo, dice el
poeta cubano Nicolás Guillén que un hombre no es hombre mientras no escuche su
nombre en los labios de una mujer, es cierto, es lo más empalagoso que se ha
escrito a ese respecto, pero dicen, los que saben, que cuando uno está
enamorado hasta el tuétano, no sé, yo nunca lo he experimentado, se pueden
llegar a sentir mariposas en el estómago, bueno, pues, la cinta a la que me
refiero, estelarizada por el pésimo actor mexicano Gael García Bernal, y la
damita joven, como decían antes, muy antes, los viejos cronistas de espectáculos,
es una rubita preciosa, bobalicona, o sea con cara de pendeja, que para afianzar
los lazos de amor con su “pioresnada”, inventa un viaje de pre luna de miel a
Italia, específicamente a Verona, en donde, William Shakespeare instala a sus celebérrimos
personajes Romeo y Julieta, que aunque están muy sobeteados desde su nacimiento
en 1597, todavía es fecha que no han pasado de moda, por supuesto que eso de
que Los Capuleto eran bien huleros con la pobre Yuliet, puede ser cierto de
toda certidumbre, que en esa época, los matrimonios se realizaban por
conveniencia, es decir, que una rica heredera, en jamás de los jamases, se casaría con un pobre diablo, no como ahora,
que cualquier guapillo huevón o cualquier pirujilla trepadora con buenas nalgas,
se casan bien casados por las tres leyes, o sea, por la iglesia, por lo civil y
por convenencieros, antes, muy antes, no se podían hacer esos trueques, ya que,
eran alianzas mercantiles estratégicas, e igual se casaban las niñas bonitas
que las feas, porque todas llevaban una generosa dote para que el noble caballero
no se hiciera para atrás, bueno, y la muchacha chicha de la película gacha, de
pronto, se queda sola y su alma en esa mítica ciudad, y es que, su prometido,
cocinero de profesión, se apronta a irse a una subasta de vinos, así que, la
chamaca guapa se va a la casa de Julieta en donde sobre un muro cuelgan cartas que
las chicas en edad de merecer, le cuentan a Julieta sus desventuras amorosas,
para esto, Sofía (Amanda Seyfred), observa a una ragazza (muchacha, chama, lola)
que uno a uno recoge los post its, o sea de esos papelitos con pegamento por un
lado, y la sigue, más por metiche, que por curiosidad profesional, ya que, en
el filme, ella es periodista y escritora, lo que, dicho sea de paso, siempre ha
llamado mi atención de esas peliculeras de jolivud, que los protagonistas
tengan esos oficios como si no hubiera otras chambas para elegir de entre los
miles de trabajos que hay en el mundo, total, que la recolectora de las epístolas,
es integrante de la oficina de viejas mitoteras que según esto, contestan todas
las cartas, pero Sofía le responde a Clara Smith, una viejita insepulta de
sesenta y cinco años, lo particular de esta historia de amor, es que, ese
texto, lo escribió cuando tenía quince años, total, asiduos fans, para no
hacerles el cuento más largo de lo que es, la anciana calenturienta encuentra a
Lorenzo, su amor italiano, se casan y viven muy felices, conste que yo vi la película porque no tenía
otra cosa mejor qué hacer, pero si alguno de ustedes, es, de esos melolengos
que pueden perder el tiempo de manera inútil, les recomiendo que se sienten a
verla, pero la verdad es que yo les recomendaría que mejor renten una película
de los Almada o de Lola La Trailera, porque a pesar de que Romeo y Julieta es
una de las obras literarias más famosas de todos los tiempos, esta cinta en
particular no vale la pena ni siquiera como pretexto para comer palomitas, por
cierto, ahí me enteré de que si las muchachas casaderas le tocan la chiche derecha
a la estatua de Julieta, una de dos, o las dos, regresan a Verona o se casan
pronto.
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