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miércoles, 27 de julio de 2011

Ambulantes del D. F

Los vendedores ambulantes del D. F no se parecen en nada a los del globero pueblo, y no porque no sean estorbosos, que en la capital, se enciman unos a otros aunque no dejen pasar a los peatones, lo que ocurre, es que, en la otrora región más transparente del aire, según el epígrafe del Barón Alexander Von Humboldt, que ni sé porque todavía seguimos recordando, lo que expresó el naturalista alemán, hace tantos años, si ya cuando lo usó el genial regiomontano Alfonso Reyes en el epílogo de su ensayo Visión de Anáhuac, no era ni la sombra del hermoso valle que algún día deslumbró a propios y extraños, es cierto que, después, en un canto de retractación en su discurso poético Palinodia del Polvo, dice, no, sin cierto reproche: “¿Es ésta la región más transparente del aire? ¿Qué habéis hecho, entonces, de mi alto valle metafísico?”, pues de esa belleza del paisaje urbano ya no queda nada, o muy poco, siempre lo he dicho en esta misma columna, la ciudad de México es una de las más hermosas muestras de lo que puede ser un continente mágico de encuentros y desencuentros en el que desembocan estadísticas convertidas en historias con nombres y apellidos, un día, estando yo, en La Ciudadela, se me apersonó una linda viejita, me explicó que venía de muy lejos y quería que le ayudara a acomodar su tenderete para sentarse a vender lo que parecía su único caudal, me llamó la atención que sus ropitas se veían de buenas familias, en unas cajitas bien acomodadas en sus estuches; traía escapularios, medallas, cadenitas, anillos, aretes y unas insignias de algún soldado de mil batallas, me contó que ella no era una ambulante, pero que tenía la necesidad de vender “algunas cositas” para no tener que dejárselas de herencia a sus sobrinos nietos que nada más estaban esperando el momento de que se muriera para quedarse con sus pocas pertenencias, me confió que ella era de una familia aristócrata que venida a menos, en su casa de la colonia Juárez, se fue a refugiar a un departamentito de su propiedad en la colonia Roma, pero era lo único que le quedaba y para poder subsistir alquilaba dos de las tres recámaras a señoritas decentes y que con eso la iba pasando, pero no quería que ninguna de sus reliquias, ni de sus fotos antiguas, fueran a parar a manos de sus codiciosos parientes, a lo que voy, es a que, de inmediato que se puso en la placita Morelos, le cayó encima un inspector del sector, quien le escupió que no podía ponerse ahí sin un permiso expedido por la delegación y no que yo sea abogado, pero me encabronó la prepotencia del chompira bueno para nada, que con su tonito de chilango de quinto barrio quería abusar del candor de la ancianita, que frisaba los 80 años, sino es qué más, porque se notaba, a pesar del implacable paso del tiempo, bien conservada, total que, impedí el abuso, un tanto por mi enérgica oposición y otro tanto porque le hablé a un amigo poderoso que estaba dando una conferencia en un salón del espléndido edificio que fue construido para albergar la Real Fábrica de Tabacos, así que, de inmediato lo puso en su lugar, fue entonces, que respirando aliviada, la viejita de nombre Rosaura, vendió todo su valioso cargamento, a precios de risa, y es que, ese sector tan popular de la capital, es punto de encuentro de jipis japis, que en su afán por liberarse de las ataduras del esnobismo, se visten como si fueran muestrarios de carpas gitanas, con colguijes de todo tipo y vestuarios estrafalarios, es en ese aspecto, en que son tan distintos los vendedores de las calles del D. F, de los de aquí del globero pueblo, ya que, en cada rincón, cada callejón, cada recoveco de las colonias viejas, se pueden encontrar seres llenos de recuerdos, de fantasías, que salen a repartir sus pertenencias al mejor postor, con tal de que sus objetos llenos de nostalgias queden en manos que los sepan apreciar como si fueran extensiones de sus propias personas que en cualquier instante se difuminarán en los laberintos del tiempo.

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