No sé ni quien lo dijo, pero parafraseando un eslogan político de antaño: “La solución somos todos”, alguien lo corrigió y lo aumentó con tan buen tino, que a la fecha sigue vigente: “La corrupción somos todos”, y a mí no me cabe duda que todo el desmadre que se ha dado a últimas fechas en nuestro vernáculo país es una consecuencia de la galopante corrupción en todos los niveles de este México que cada día se nos va más de las manos, confieso que a veces quisiera emigrar a mi verdadera tierra de origen, pero al hacerlo, seré igualito a todos aquellos que huyen para poner su casona señorial en un lago tranquilo y desde ahí administran las prosperidad de sus negocios, pero eso sí, añorando regresar al terruño del que se desterraron por así convenir a sus intereses, como tantos otros exiliados, que desde afuera “luchan” por cambiar la realidad pero comiendo tres veces al día y con manteca, pero un día todos esos cabrones que se fueron a cualquier otro lugar para salvar sus tristes vidas, se darán topes contra la pared, ya que aunque sigan conservando sus almas uncidas a sus cuerpos, la gente los reconocerá en las calles para señalarlos como los cobardes que dejando tras de sí una estela temerosa, como los coyotes que dejan sus huellas digestivas, se afincaron en otro lado para tratar de salvar sus inútiles existencias, aquí si cabe eso de que fueron los primeros que abandonaron el barco para tratar de seguir en esta sintonía terrenal, en fin que tampoco se les puede exigir mucho a quienes han vivido cómodamente fingiendo ser lo que no son.
Yo me acuerdo que antes, muy antes, como lo dijo antes que yo el inconmensurable poeta mexicano Alí Chumacero, no se podía hacer chapuza ni siquiera en la cola de las tortillas, cuando alguien se atrevía a semejante arbitrariedad, los que estábamos en la fila, empezábamos con la rechifla y la consabida arenga: “a la cola, a la cola”, pero ahora todos hemos permitido que hasta los lavacarros, los “viene viene”, los agentes del tránsitos, los policías preventivos, los sobajados cadeneros cuidadores del único acceso de los antros, se sientan como los dueños de nuestras vidas, ya que teniendo un pequeño poder lo usan con cinismo para su beneficio personal y no dudamos ni tantito en darles para sus “chescos” con tal de conseguir nuestros objetivos sean los que fueren, igual seguir trepados en nuestros carros o compenetrar a los congales de moda, a veces, es peor el remedio que la enfermedad, pero a pesar de que ya estamos envenenados por el virus de la corrupción, todavía tengo fe de que podamos dar marcha atrás, tomando en cuenta de que nada es para siempre y no hay mal que dure cien años ni ciudadanos que lo resistas, no hay que soslayar el hecho de que nosotros somos más, que para que el mal triunfe es necesario que los buenos, los decentes, los hombres de bien no hagamos nada para solucionarlo.
Si fuera hombre de oración permanente me dedicaría día y noche a rezar para pedirle al Dios de Israel que intervenga, si los hombres encargados de proveernos de bienestar social no han sido capaces de hacerlo, alguien tendrá que hacerlo, y aunque ahora se refieran a la ciudadanía, es decir a todos, como Sociedad civil, la realidad es que esos a los que cambian la identidad con eufemismos absurdos, somos nosotros, los más afectados en estos asuntos de la violencia, y no quiero ser más alarmista que los tuiteros, pero ya sólo falta que venga un perro y nos mee, la verdad no hace falta que eso ocurra para sentirnos como nos estamos sintiendo, solamente espero que no sea demasiado tarde para corregir los fallos que hemos dejado que crezcan al grado de involucrarnos a todos, esto que está ocurriendo es tal como esas bolas gimientes y dolorosas que se forman en el desierto, que día y noche, van avanzando entre la vastedad del páramo acumulando abrojos y conforme el viento las empuja crecen cada vez más y más hasta conformarse en unas amorfas masas que arrastran todo a su paso, deseo de todo corazón que esto pare de una vez por todas y que Dios nos ampare. Oremos
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