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viernes, 27 de agosto de 2010

"Hachiko"

Roberto, mi amigo tijuanense, no sé si ese será el gentilicio de los nacidos en Tijuana, en una charla por msn, me dijo: “tienes que verla, la película te hace llorar y llorar, te conmueve por la lealtad del perro hacia su amo”, y para deshacerme de la inesperada e indeseada recomendación, le contesté: “okei la voy a ver”, y triunfante de su éxito en mis gustos cada vez más atrofiados por las taranovelas de Televisa, me espetó a boca de monitor: “prepárate para llorar toda la noche”, pues para no hacerles el cuento largo, entré al sitio: peliculasid, cuál no sería mi grata sorpresa que desde que empezó la cinta me atrapó entre sus redes sentimentaloides, ya ustedes lo saben, a mi no me conmueven ni las lágrimas de mujer ni la cojera de un perro, pero “Hachiko” con su espléndida música, el tono lento de la historia, con una aceptable actuación de Richard Gere, el mismo de “Pretty Woman” y una soberbia interpretación de tres perros actores que en sus diversas etapas: de cachorro, adulto y viejito, se llevaron las película, naturalmente que el último animalito, merece un Oscar, ya que nada más le faltaba hablar, pero con la mirada decía todo, en sus ojos perros se notaba la ternura que le prodigaba a su amo, y es que no quiero ser demasiado cursi, que eso de las enmelcochadas columnas a nadie le gusta leerlas, pero de verdad, a mí tampoco me gusta redactarlas, si me puedo escapar lo hago, en la historia real ocurrida en Japón, no hay gran similitud con la versión para el cine americano, dicen que hay otra japonesa, pero esa no la he visto, porque no me parecen muy atractivas las personas con ojos de ficha doblada, y eso que mi sobrino Fernando, dadas sus raíces genéticas tiene los ojos de navajazo en baqueta, en fin, total que “Hachiko” llegó a la vida del profesor de música de una manera accidental, ya que al llegar a su lugar de destino, la jaula donde viajó desde su ciudad de origen, se quebró y el cachorrito de raza Akita se escapó y fue a parar en los brazos del que, a la postre sería su dueño hasta su muerte, la esposa no lo quería, pero luego de las carantoñas de su marido hacia el animalito no tuvo más remedio que aceptar darle alojamiento permanente, las anécdotas que se cuentan en imágenes no son las mejores logradas en la historia del cine canino, pero logran su cometido de informar a los espectadores que entre el can y el hombre, se formó un lazo indisoluble de afecto, dirán ustedes, asiduos fans, que estoy exagerando al decirlo de esta manera, pero no es así, ya que a “Hachiko” se le notaba hasta en sus gestos que amaba entrañablemente a quien lo salvó de una muerte segura, y es que si, no hubiera sido encontrado por un alma caritativa, seguramente no habría sobrevivido a tan adversas circunstancias, en fin, para no hacérselas mucho de emoción, el perro iba todos los días a despedirlo a la estación de ferrocarriles, hagan de cuenta así de bonita y vernácula como la tan cacareada Estación Palabra, bueno, la verdad, es que esta si era una notable construcción arquitectónica y la de nuestro globero pueblo, mejor hubiera sido demolida para aprovechar el predio para otros fines, pero bueno, eso ya no viene al caso ni comentarlo, que ya es agua pasada y esa no mueve molinos, además luego me voy a echar encima a los directivos de la agriCultura pueblerina y a los arquitectos chafas de la ciudad, que lo más que han construido son casitas pa’l perro, claro que no todos, que hay otros que si saben diseñar otras cosas mejorcitas, pero les decía, queridos lectores, que “Hachiko”, caminaba junto a él hasta que no lo veía abordar el tren que lo llevaría a otro pueblo donde daba sus clases, pues un día el profesor cae fulminado en el teatro donde impartía su cátedra, después de su muerte, el perro fiel, lo esperó cada día de su vida durante diez años y ahí murió, al pie del andén, en ese mismo lugar se le erigió una estatua de bronce que persiste como recuerdo imborrable de lealtad.

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