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domingo, 7 de septiembre de 2008

Wal-Mart

Nota aclaratoria: Este post es inédito, ya que nunca se publicó en el periódico Lider Informativo, pero como estas anécdotas son confeccionadas con el único objetivo de reirnos, ustedes y yo, pues se los envio para que recuerden esos días de inauguración de la famosa tienda que causó furor en nuestro pueblo.


Nunca, ni en mis sueños más extravagantes, es mas, ni cuando fui a la sierra oaxaqueña a visitar a María Sabina tuve esas orgiásticas imágenes de la masa que se mueve al primer impulso de sus necesidades primarias de consumado consumista en la recién inaugurada tienda Wal-Mart ubicada allá por la Coca-Cola.
Unas cuadras antes de llegar a las instalaciones pude ver las oleadas intermitentes de cientos de personas que tenían cara como si les hubieran dado feria de más, con una sonrisa de alienados que a mi me dio susto peludo, con decirles, queridos lectores, que hasta me dieron ganas de machucar a varios pero como acababa de lavar el carro, lo pospuse para otro día.
Pero la gente en las calles no era ningún indicativo de la muchedumbre que ya se encontraba adentro de la tienda, y la verdad, se los juro por ésta, que nunca había visto a tantas personas juntas en un sitio bajo techo, y menos para ir a gastar dinero, es más ni en los outlets de San Marcos, Texas a donde va todo mundo para comprarse trapitos baratos de buena marca aunque de la temporada pasada.
Fácil, fácil, había unas dos mil personas, y eso a ojo de buen cubero, sin hacer cuentas rancheras ni echar mentiras como encuestador de inegi, claro que no voy a hacer apología del merchandising del imperialismo americano -sonó como a discurso antiyanqui del presidente Chávez- pero me gustó la tienda, aunque tengo que decir que los artículos estaban llenos de polvo y había una desorganización bien organizada.
El centro comercial es bueno, digo lo que alcancé a ver, porque era tal el gentío que no se podía dar un paso sin pisar a alguien, luego había mucha gente dizque comprando en el departamento de carnes frías pero en realidad nada más estaban en el mostrador hartándose con las degustaciones de las marcas que promueven sus productos.
Andaban muchas gordas en bola -conste que no es pleonasmo-, y cuando las vi, hasta pensé que era un stand ganadero que los gerentes habían dispuesto para anunciar los distintos cortes de carne que venden, pero luego que se empezaron a salir en desbandada del corral, digo del local, entendí que eran unas dichosas mujeres que no se preocupan por andarse amarrando la tripa.
Lo que me gusta de Wal-Mart es que venden buenos productos de todo el mundo; el precio no me importa que al cabo yo pago con vales de despensa que le robo al vecino que vive en Falfurrias, Texas y viene cada mes a revisar su casa, pero como él recibe foods stamps del “welfare”, ni se acuerda de su pensión mexicana.
Por cierto y ya que ando en eso de las compras de lo que me gusta, quiero recomendarle al gerente local de la cadena que le solicite a sus proveedores muchos timbales de nieve häagen dazs de preferencia de “coconut sepaquehit” que es mi favorita y que no pude ver si tenían en existencia porque entre el departamento de congelados y la sección de pescadería había un congestionamiento vial que me impidió el paso.
Ya les he comentado queridos lectores que odio las multitudes y que entro en pánico esquizofrénico si me encuentro atrapado en el medio de más de 20 personas, así que le supliqué a mi hermana Ana Lilia y a su esposo Elías que de una vez enfiláramos hacia la salida porque ya me estaban dando los inequívocos síntomas de náuseas, váguido y temblor descontrolado en el cuajo, así que con la invaluable ayuda de mi sobrino Fernandito abriéndonos paso entre las alarmantes olas de gente deseosa de entrar, nos fuimos rumbo hacia el estacionamiento y antes de atravesar las puertas, estaba un pilladero por causa de la bolsa de una señora y un guardia de seguridad la tacleó para revisarle hasta el puente dental como si fuera un policía del aeropuerto de Nueva York.
No supe que pasó después pero sentado en el carro respiré con profundo alivio. Al llegar a la casa -la casa de ustedes como dicen los chilangos- me puse a escribir la aventura de Wal-Mart para contárselas en la columna que están leyendo.

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