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martes, 9 de septiembre de 2008

Café Plaza

Un día cualquiera, bien pudo haber sido un lunes o el jueves, estuve en el café Plaza, y aunque hace tiempo no pisaba el lugar, me dio gusto volver a ver a determinadas personas de las cuales no tenía noticia alguna desde muchos años atrás, por cierto, hablando de fantasmas que vuelven, divisé a lo lejos, a varios que creí ya estaban muertos, y algunos, que de seguro todavía siguen de parranda, porque a esos no los ví y me extrañó, ya que según tengo entendido, forman parte del activo fijo del restaurante ubicado en la mera esquina de Maclovio Herrera y Morelos
El café Plaza, a pesar de que tiene sus ayeres instalado en nuestra ciudad, aún no llega a colgarse el blasón con eso que se llama: “tradición” y es que hay muchas personas que confunden el término y piensan que lo de tradición es un adjetivo como rojo, alto, bonito o feo, bueno tampoco quiero hacer aquí, un profundo estudio de la etimología de la palabra, en realidad lo que quiero decir es que este restaurante tiene una atmósfera recreada en otras mejores épocas de Nuevo Laredo cuando cruzando la calle estaban los tendidos y es una arraigada buena costumbre para muchas personas.
“Vamos al café” quiere decir, por antonomasia, “vamos al plaza”. En este café se ha forjado gran parte de la historia de Nuevo Laredo. Y es una parte no menor, que va desde el planteamiento de campañas políticas hasta la difusión de nuevas filosofías dispuestas a echar por tierra todas las ideas anteriores. Aquí hay debates cotidianos sobre lo que le conviene a los ciudadanos y lo que de plano es perjudicial para la salud financiera del estado, y siempre se habla a grandes voces cuando así conviene, o a murmullos como en sordina si se trata de un secreto, del cual ya todos están enterados en el establecimiento, pero en cada mesa, se protege el copyright, disimulando que no saben lo que ya todos saben. Es el juego del disimulo perfecto, Oscar Wilde haría una obra de teatro con esa información.
El café como local comercial, no es el gran negocio, claro que eso habrá que preguntárselo a don Manuel Vela, pero las comandas por mesa, no suman los miles de pesos, sino unos cuantos cientos, y es que en realidad, el verdadero deleite de los asiduos visitantes al Plaza es pasar el rato frente a una taza de brebaje humeante y oscuro, capaz de despertar en el gusto y el olfato sensaciones tan poderosas como las que provocaba en Marcel Proust el aroma de una taza de té, y no porque sean tacaños, bueno, algunos si por ahorrativos, pero es que la mayoría de los parroquianos no van a comer casi nada, sino a lo que todo mundo hace en un lugar así, casi lo sienten como su casa o por lo menos una extensión de su cocina.
Según se dice, Balzac se tomó cincuenta mil tazas de café durante la redacción de su monumental comedia humana. No sé si algunos de “los placeros” hayan bebido tal cantidad de café, pero las horas de estancia a la mesa, quizás si sobrepasaron las de Honorato.
En fin, lo que he querido decir en todo este tiempo de redacción, es que estuve en el café Plaza y pude ver un “floor graphic”, ya sé que se oye muy mamón, pero así se llama, y en español, lo único que se me ocurre decir, es que es un pegote publicitario, pero de tal manera, que a la entrada del edificio, cuando das el primer paso para compenetrar, a lo mejor porque yo soy muy distraído, mi primer impulso fue el de agacharme a recogerlo, después me enteré que de eso se trata el truco, es eso que dicen los comunicólogos el mensaje subliminal de los anuncios.
Estar en el café Plaza es un buen termómetro para todo lo que ocurre en la ciudad, igual desde ahí se puede monitorear cada función pública, sin necesidad de asomarse a dependencia alguna, y por tanto me pude percatar de que nuestro periódico ya tiene presencia cotidiana y poco a poco se irá instalando en cada mesa de charla, quizás para dar el visto bueno a la información que se refleja en sus páginas, y con el paso del tiempo, de seguro será tomado como punto de referencia obligado para comentar las noticias.

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