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viernes, 19 de septiembre de 2008

CRIS FARÍAS

Nota del Editor: Esta plática que sostuvimos Cris y yo, ocurrió durante alguna hora imprecisa de un día cualquiera del año capicúa 2002. Espero no causarles molestias cuando lo lean, pero así es mi estilo para platicar y no quise modificarlo para que mi nostalgiado coterráneo hidalguense no perdiera la naturalidad y el encanto que siempre lo caracterizaron. Un abrazo sideral para ti, querido Cris.

Cris Farías es peluquero de oficio, pero su verdadera vocación es el teatro. Él, no lo sabe, pero todos sus gestos, hasta el mínimo detalle de sus ojos, de sus manos que al moverse cortan el aire y las inflexiones de su voz, delatan al actor que vive en su interior.
Nació el ocho de Febrero de 1946 en Zapotlitic, Jalisco “Lugar de Zapotes”. Como referencia a su origen, añade: “tengo 56 años cumplidos, llegué a Nuevo Laredo en 1950, me trajeron mis padres Salvador Farías y María Elena Ceballos de Farías”.
“Teatro, lo tuyo es puro teatro…” y la voz de Olga Guillot matizando la imagen irónica de la sonrisa burlona de mi entrevistado, representando en ese momento, durante la conversación que sostuvimos sobre la banqueta de su casa, el mejor papel de su vida.
“Pedro Antonio Garza Garza, gran maestro de teatro, me invitó al ballet de la profesora Tocha Treviño como maquillista. Esos fueron mis inicios en este mundo”. Comenta.
“Iba a buscar novias al teatro. Una vez me estaba burlando de un actor que me parecía lo hacía muy mal. Entonces, el Mayor Juan Vargas Jarero, orientador de actuación, me dijo enérgico, a ver súbete tú, para que veas que no es igual. Era una comedia, pero aunque hubiera sido drama, conmigo se convertían en comedias. Desde ahí me gustó el teatro y me seguí de largo”. Dice, riéndose como niño travieso.
Yo, francamente, estaba intranquilo, y es que la aguzada percepción de mi interlocutor, me obligaba a hacerle preguntas como por obligación, para deshacerme de una vez por todas, del enlace de sus ojos, que parecían tener órbitas elásticas, saltones, daban la impresión de ver más allá de su propio entorno.
“Realmente la actuación era mi hobbie –yo digo que más bien era pasión de tiempo completo- . A los actores nos daban diez pesos para las tres comidas. En el año 69 concursamos en la ciudad de México con “Cuñado, viene de Acuña” quedamos en cuarto lugar y Laura Irma Acle Sánchez quedó en segundo lugar como mejor actriz” y al decirlo se le ilumina la cara, tal como si tuviera los reflectores del pasado encima de sus recuerdos.
Hizo escuela, de eso no hay duda, primero fue él y luego él, pero es gente sencilla, noble, desconoce la envidia, transmitió a sus compañeros sus conocimientos empíricos acerca de las artes escénicas.
“El maquillaje de teatro es dibujar el personaje en la cara. El de belleza, no, es sólo acentuar los rasgos, Enseñé a los muchachos porque era muy gorroso tener que maquillarlos a todos”.
Cris Farías es un hombre que a fuerza de interpretarse así mismo se ha convertido en un personaje que mueve los hilos para llevar a sus interlocutores a donde le apetece, y sin salirse del centro de su ser, hace notar su presencia con un manejo prodigioso del lenguaje mordaz, de la palabra que por deslumbrante, no hiere, sino que muestra una inteligencia en movimiento.
¿Viviste del teatro? El actor vuelve a escena en contraataque: “A finales de los años setenta trabajé en Atracciones Castillo, en lo más charchino del teatro, en la Carpa Jorge Negrete. Allí tenía un gran maestro, era el Gordo Mauro. Cobraba 70 pesos por función.
Con esa cantidad pagaba hotel, tres comidas y todavía me sobraba para mandar un dinerito a mi familia. Estuve dos temporadas de teatro. En el 71 regresé a Laredo, a trabajar la peluquería. Mi papá era peluquero como mi abuelo y mi tío”.
Pocas veces en la vida he tenido la oportunidad de practicar la reciprocidad de ideas, de anécdotas, de imágenes pintorescas, de paisajes humanos como con Cris que retrata con tal fidelidad que uno se ubica en el momento de las acciones y hasta puede observar a las personas involucradas en las circunstancias que describe.
“El mejor maestro de actuación fue Juan Vargas Jarero. Pedro Antonio como director era insuperable. Me acuerdo de que Alfredo Villarreal ganó el primer lugar nacional en 1977 con “Bandera Negra” bajo la dirección de Pedro Antonio”. Reconoce los talentos que lo ayudaron a forjarse como el extraordinario actor que es.
¿Alguna anécdota de tus actuaciones? “hay miles de ellas, recuerdo una, en la que por comodidad traía tenis y estaba encamado por enfermedad. Era una obra dramática. Entonces se me subió la sábana y quedaron de fuera, la gente se empezó a reír cuando un ocurrente del público dijo: “mira ya estiró los tenis”.
Es un extraordinario conversador, aunque a veces exaspera su inmutabilidad gestual. Dice lo que quiere expresar, y esconde sus aviesas intenciones detrás de una máscara de tranquila parsimonia que no devela nada en lo absoluto.
Sus tertulias eran famosas. Se juntaba la crema y nata de la gente de teatro. “Todos estaban en mi casa, Alfredo Villarreal, Angel Vedía, Juan Vargas Jarero, Alejandro Rosas, Toño Saravia, Laura Irma Acle, Maga Corral y otros más.
Yo no sabía que era actor, pero cuando lo descubrí no me pude apartar de su lado. Le robábamos horas al día para ensayar en bodegas, precisamente en la parte de arriba del edificio de bomberos. Nunca lo olvidaré, ha sido una cosa muy bonita. El teatro ha sido lo más hermoso de mi vida”.
Ahora, sigue convaleciente de una penosa enfermedad que le ha dado, paradójicamente, dolores, pero también muchas satisfacciones. “Por la alta presión me dio una embolia, sentía todo el brazo dormido y la pierna. La segunda me dio más fuerte y me dejó un año en silla de ruedas. Era desesperante mi recuperación. Entendía que todo era cuestión de tiempo.
Me hicieron homenajes. Supe que tenía muchos amigos que me apreciaban sinceramente. Ha sido un proceso difícil, pero con esas muestras de cariño me subí el ánimo y le he echado ganas a la rehabilitación”.
En este momento se dedica al espiritismo: “tengo un amigo que es materia de Pancho Villa –quiere decir que el espíritu del revolucionario se posesiona de él-. Nos juntamos en una casita de oración. La Santísima Muerte me dijo que todavía no había venido por mi”.
El, como otros personajes que se han quedado incrustados en mi vida, seguirá en mis recuerdos, y de pronto, como de la chistera del mago, lo sacaré para presumir sus anécdotas, tratando de contarlas como él lo hubiera hecho, con su maestría del lenguaje, con el agudo estilete de su palabra. Descanse en Paz Cris Farías.

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