Aunque parezca extravagante, gracias a que las
circunstancias se concatenaron para que me topara a su hijo Fernandito en el
ascensor de la clínica 25 de Monterrey, Isa y yo, pudimos reencontrarnos, nunca,
como en esa triste noche, me ha dolido tanto la esperanza, y es que, a mi amiga
Isabel Gutiérrez de Muñoz, a la que conocí en El Diario hace muchos años, unos
meses atrás le habían detectado cáncer, ya se sabe, que los médicos poco pueden
hacer para curar esta implacable enfermedad, que es como una flor venenosa que
muere al caer la noche y revive al nacer el día, Fernandito, repuesto de la
sorpresa de que un señor desconocido lo abordara en un lugar público, me
comentó que su mamá estaba muy enferma, en ese momento, sentí que el piso se
abría a mis pies, le pedí que me llevara ante su presencia, entré a un cuarto con
varias camas, y allí, enfrente de la ventana por donde entraba el cielo,
estaba ella; deshojada y desvanecida, como una estrella cintilando en la noche,
y a pesar de su languidez, sus párpados somnolientos se entreabrieron para
abrazarme con una tierna mirada, le pregunté cómo te sientes y me contestó:
“bien”, y le recriminé, entonces si te sientes bien, qué haces aquí, párate y vámonos
para Laredo, “no puedo”, me respondió, a partir de ese instante ya no me separé
de su lado, iba y venía del piso diez en donde estaba internada mi hermana Ana
y bajaba al cinco para ver a mi hermana Isabel, el año pasado, la invité a
comer chiles rellenos a mi casa, acudió con sus dos hijos: Fernandito y Chuki,
a los tres días, la convidé a una piñata de mi sobrino Edgar y asistió del
brazo de Benitín el más pequeño de sus hijos, es cierto que dejamos de
frecuentarnos durante semanas que se convirtieron en meses y meses que sumaron
años, la realidad es que dejamos de vernos, pero nunca de querernos, y es que,
el verdadero amor no tiene fecha de caducidad, hay personas que piensan
erróneamente que el tiempo puede tapar con su mancha de olvido los corazones de
dos seres que jurándose amistad eterna se separan para hacer cada quien su
vida, confieso que estoy desconcertado, no sé cómo reaccionar, perdóname señor Jesús, pero la verdad es que estoy
muy encabronado, no contigo, ni con todos tus santos, solamente que me siento
abatido, reconozco que de pronto me dan ganas de mandarlo todo a la chingada y rebelarme
ante la infamia del Dios que escribió este duro final para un ser sin culpa
como Isa, qué alguien me diga el paradero de mi amiga que me alentaba a vivir en
larguísimas conversaciones telefónicas, la que siempre me tendió su mano en
momentos de angustias económicas, que me dio mucho más de lo que yo pude
haberle retribuido a ella, que era dueña de una generosidad incesante y de una bondad
infinita, ahora que ya no está, su ausencia lo cubre todo, Isa es una rosa
pálida suelta al viento, murió en la quietud de un espíritu bondadoso, con la
conciencia tranquila de una mujer que nunca conoció el odio, que jamás tuvo un
mal sentimiento para persona alguna, se va pero no del todo, nos deja un gran
ejemplo de digna majestad ante la muerte, y es que, Isa nunca se doblegó ante
la perversa enfermedad que le carcomió su vitalidad y belleza, ella que siempre
fue una tierna princesa a la orilla de una lágrima, supo dar, con valentía, el
paso final hacia la gloria, poco a poco, con sigilo y sosiego, para que sus
seres queridos pudiéramos acomodarnos en nuestra pena de verla partir, ahora
que ya no está, puedo decir, que Isa entretejió los sueños de muchas personas
que tuvimos el privilegio de compartir su vida, de conocer a un verdadero
ángel, que se diluyó en su propio dolor para apagarse como una flama de amor y
comprensión, es verdad, sin su presencia, el paisaje en Laredo ya no será el
mismo, faltará su risa de plata danzando en el viento que al pasar por los
árboles musita incesantemente su nombre. A Martes 25 de Septiembre, en Nuevo
Laredo, Tamaulipas.
sábado, 29 de septiembre de 2012
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