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viernes, 12 de octubre de 2012

Pita Amor: una fuerza de la naturaleza


Cómo le va a tener envidia el mar a un pinche charco de agua, dicen que así contestó, Guadalupe Amor, en sus mejores épocas de glamur, juventud y belleza, cuando un periodista chingaquedito, le preguntó: ¿Es verdad Pita, que usted le tiene envidia a María Félix?, y la poetisa, que era una hija de la chingada, mal hablada, voluntariosa y cabrona, pero hermosa como una ninfa, respondió con ese escupitajo impropio hasta para una señora como ella, que vivió a sus anchas en un mundillo, cuya atmosfera estaba sobrecargada de entrepiélagos sexuales hacia los pavimentados caminos del libertinaje en aras del placer por el placer mismo, hedonismo puro por impuro, Pita, pertenecía a ese tipo de mujeres que se da una sola vez en todas las épocas de un reyno, por supuesto, que había otras, de esas amigas de ocasión de los despistados artistas o de sus mecenas, que eso siempre se ha dado, pero Pita era distinta, ya que, le venía por línea directa la sangre azul de la aristocracia, por esa razón, lucía con garbo, el porte que enmarcaba su inédita belleza, eso sí, que a nadie le quepa duda, era la más puta de todas, igual se acostaba con el chofer que con el cantinero o con el primer desconocido que se lo ofrecía, no sé, supongo que sí, que alguna vez estuvo muy enamorada de alguien, de lo que nadie se ha enterado es del nombre del susodicho, nunca tuvo mejores amigas, todas eran amigotas de francachelas, que por acomodaticias se le arrimaban a la súper estrella de la época, quiso pero no pudo, pudo pero no quiso, la realidad, es que, alguna vez los productores cinematográficos, en el intento por rodar películas para retratar su espléndida hermosura, pero la diva se aburrió de tanta mamada, de polvos pesados y maquillajes Max Factor, que tenían que embadurnarle para que las luces no se comieran sus facciones, y un día de tantos, en que se levantó con el apellido atravesado, los mandó a todos directito a chingarsumadre, ese fue el principio y el fin de su carrera fílmica, lo cierto, es que, a Pita no le hacían falta esos falsos reflectores, ni los decorados con escenografías de cartón, seguro estoy, de que si, en nuestro país, en aquellos tiempos dorados en los que todavía nos quedaban ecos de los ecos del esplendor porfiriano con sus amaneramientos afrancesados, hubiera habido la disponibilidad de títulos nobiliarios, sin duda, Pita se los habría agandallado todos, de hecho, se puede decir, que hizo lo que quiso, que nadie la obligó nunca a nada, que sus deseos eran ordenes y su expresa voluntad una varita mágica, ésta como nada tenía que demostrarle a nadie, vivía como se le antojaba, nada la parecía mal, no tenía horarios fijos ni para dormir, ni para comer, ni para todo lo demás, en una próxima columna, les daré a conocer la correrías de un cubano que entre otras gracias que tuvo, fue el hecho de ser amante de la fotografía italiana Tina Modotti, y también de otras beldades de la época, era miembro de una de esas cofradías de dizque próceres libertadores, por supuesto, que lo mataron, dejando a su paso trágico, un montón de viudas del movimiento libertador cubano, era como el espía que todo mundo necesitaba, guapo, grandote, educado y machirrín, aunque dicen, que también le encantaban las nalguitas masculinas, todo lo que fuera necesario para mayor beneficio de su patria bananera, pero de ese tema les hablaré en otra oportunidad, ahora, si me lo permiten, queridos lectores, trataré de dar un final adecuado a la veleidosa historia de Guadalupe Amor, la misma, que de viejita deambulaba por su otrora reino de chocolate y maíz, rematadamente loca, haciendo poemitas a las parejas en los restaurantes ramplones de la colonia Juárez, que en sus años de bonanza, era el ejemplo de la radiancia de nuestra rancia sociedad, por sus calles con nombres de grandes capitales europeas, transitaban los carros más lujosos y en sus salones se paseaban las mujeres más hermosas, a la espera de ser objeto de la admiración y el deseo de los hombres que podían pagar con brillantes sus pecados. 

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