Cómo le va a tener envidia el mar a un pinche charco de
agua, dicen que así contestó, Guadalupe Amor, en sus mejores épocas de glamur,
juventud y belleza, cuando un periodista chingaquedito, le preguntó: ¿Es verdad
Pita, que usted le tiene envidia a María Félix?, y la poetisa, que era una hija
de la chingada, mal hablada, voluntariosa y cabrona, pero hermosa como una
ninfa, respondió con ese escupitajo impropio hasta para una señora como ella,
que vivió a sus anchas en un mundillo, cuya atmosfera estaba sobrecargada de entrepiélagos
sexuales hacia los pavimentados caminos del libertinaje en aras del placer por
el placer mismo, hedonismo puro por impuro, Pita, pertenecía a ese tipo de
mujeres que se da una sola vez en todas las épocas de un reyno, por supuesto,
que había otras, de esas amigas de ocasión de los despistados artistas o de sus
mecenas, que eso siempre se ha dado, pero Pita era distinta, ya que, le venía
por línea directa la sangre azul de la aristocracia, por esa razón, lucía con
garbo, el porte que enmarcaba su inédita belleza, eso sí, que a nadie le quepa
duda, era la más puta de todas, igual se acostaba con el chofer que con el
cantinero o con el primer desconocido que se lo ofrecía, no sé, supongo que sí,
que alguna vez estuvo muy enamorada de alguien, de lo que nadie se ha enterado
es del nombre del susodicho, nunca tuvo mejores amigas, todas eran amigotas de
francachelas, que por acomodaticias se le arrimaban a la súper estrella de la
época, quiso pero no pudo, pudo pero no quiso, la realidad, es que, alguna vez
los productores cinematográficos, en el intento por rodar películas para
retratar su espléndida hermosura, pero la diva se aburrió de tanta mamada, de
polvos pesados y maquillajes Max Factor, que tenían que embadurnarle para que
las luces no se comieran sus facciones, y un día de tantos, en que se levantó
con el apellido atravesado, los mandó a todos directito a chingarsumadre, ese fue
el principio y el fin de su carrera fílmica, lo cierto, es que, a Pita no le
hacían falta esos falsos reflectores, ni los decorados con escenografías de
cartón, seguro estoy, de que si, en nuestro país, en aquellos tiempos dorados en
los que todavía nos quedaban ecos de los ecos del esplendor porfiriano con sus
amaneramientos afrancesados, hubiera habido la disponibilidad de títulos
nobiliarios, sin duda, Pita se los habría agandallado todos, de hecho, se puede
decir, que hizo lo que quiso, que nadie la obligó nunca a nada, que sus deseos
eran ordenes y su expresa voluntad una varita mágica, ésta como nada tenía que
demostrarle a nadie, vivía como se le antojaba, nada la parecía mal, no tenía
horarios fijos ni para dormir, ni para comer, ni para todo lo demás, en una
próxima columna, les daré a conocer la correrías de un cubano que entre otras
gracias que tuvo, fue el hecho de ser amante de la fotografía italiana Tina Modotti,
y también de otras beldades de la época, era miembro de una de esas cofradías
de dizque próceres libertadores, por supuesto, que lo mataron, dejando a su
paso trágico, un montón de viudas del movimiento libertador cubano, era como el
espía que todo mundo necesitaba, guapo, grandote, educado y machirrín, aunque
dicen, que también le encantaban las nalguitas masculinas, todo lo que fuera necesario
para mayor beneficio de su patria bananera, pero de ese tema les hablaré en
otra oportunidad, ahora, si me lo permiten, queridos lectores, trataré de dar
un final adecuado a la veleidosa historia de Guadalupe Amor, la misma, que de
viejita deambulaba por su otrora reino de chocolate y maíz, rematadamente loca,
haciendo poemitas a las parejas en los restaurantes ramplones de la colonia
Juárez, que en sus años de bonanza, era el ejemplo de la radiancia de nuestra
rancia sociedad, por sus calles con nombres de grandes capitales europeas,
transitaban los carros más lujosos y en sus salones se paseaban las mujeres más
hermosas, a la espera de ser objeto de la admiración y el deseo de los hombres
que podían pagar con brillantes sus pecados.
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