Siempre he considerado que el periodismo vertical contribuye
a la paz y al bienestar social, lo que ha ocurrido, sobre todo en los años
recientes, es que, algunos fementidos funcionarios le ponen precio a las plumas
que se dejan comprar, lo que realmente es una infamia, porque teniendo a su
alcance las arcas del erario público y, con ello la posibilidad de hacer más
con menos para abatir la condición misérrima de los ciudadanos, distraen, unos
valiosos centavos para embarrar las codiciosas manos a los que, en lo
fundamental de su labor informativa, deberían de ser los encargados de
denunciar, de señalar, de normar, de guiar y, en su estatura moral, erigirse
como intermediarios.
La ética periodística debe prevalecer en todo momento,
además, de qué chingaos le sirve a un servidor público, el hecho falaz, de leer
ditirambos de sus lambehuevos a sueldo, a los que se les conoce como
quintacolumnistas, ni modo, que siendo ellos quienes reparten las pedradas
dependiendo del sapo, se engañen, al considerar como verdades, los elogios, que
entre pujidos y gemidos brotan de las plumas vendidas, y lo que es peor,
sabedores de que tales textos, son artículos confeccionados para endulzar sus
sexenales oídos, en esas cortinas de humo de silogismos de colores, se oculta
una verdad espantable, es decir, que los que deberían de señalarles sus yerros,
los omiten, y se quedan con las fábulas en las que se expresa la más rendida
admiración de los analistas, del otro lado, el pueblo sufre y nadie está
presente para reseñarlo, se comete, pues, un crimen de lesa humanidad, con la
anuencia de los únicos dos responsables.
El ocultamiento de la información a los encargados de velar
por el bienestar colectivo de una ciudad o de un villorrio, es asunto de suma
gravedad, es como si, un médico, para evitar penas a un enfermo, le dijera
mentiras respecto a su padecimiento, y en lugar de decirle claramente, que lo
que tiene es un cáncer furioso, voraz y fulminante, en su diagnóstico, para
aterciopelarle el veredicto científico, le anunciara con fingida alegría: “no
tienes nada que no se pueda curar con unas cafiaspirinas y un tecito de boldo”,
claro que el enfermo, saltará, si todavía sus energías se lo permiten, de
alborozo, naturalmente, que el especialista le cobrará cada consulta a precio
de oro, si para eso todos los galenos, -menos mis amigos- se pintan solos, pero
no porque se oculte la verdad de su terrible mal, el desahuciado se salvará.
No digo, no, que todos los periodistas sean vendidos, ni que
todos los funcionarios paguen para que no les peguen, pero no he leído en
muchos años, un reportaje de investigación, un artículo de denuncia, una nota
picante, un comentario venenoso contra funcionario alguno, tal parece que o son
unos santos o no son humanos, porque sus vidas discurren entre las hojuelas y
la miel, que no hay ninguno que haya sido capaz de dar un traspiés, que nadie
se ha manchado el plumaje, que todos son impolutos, mártires de sus puestos en
los que ejercen con gallardía la defensa de los inalienables derechos constitucionales
de sus gobernados.
Necesitamos voces libérrimas que analicen con justicia y
funcionarios dispuestos a no dejarse llevar por sus consejeros palaciegos, que
no todos son Thomas More, claro que tampoco ellos no se le parecen en nada a
Enrique VIII., porque corremos el riesgo de caer en una farsa, en la que todo
mundo sabe la verdad, pero nadie se atreve a contradecir al patrón, pero estoy
seguro de que un día todo habrá de cambiar, que cada cual estará en su sitio,
que los periodistas no intercambiarán la dignidad de su oficio por un puñado de
lentejuelas.
No hay que olvidar que el periodismo puede ser el más noble
de las profesiones o el más vil de los oficios, según cómo se use. La
construcción de una nueva sociedad depende en gran parte del periodismo como
institución rectora de la opinión pública. Ya dije.
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