Hace muchos años, tantos, que a mí, todavía no me daba por
haber nacido, don Ruperto Villarreal Montemayor, era el comunicador más
importante de Nuevo Laredo, no sé, nunca le he preguntado a su hijo, el
ingeniero Marco Villarreal Marroquín, si acaso, su papá tuvo estudios de
periodismo, supongo que no, que esos rubros apenas los han cubierto las malas
universidades actuales que hasta les pusieron el horrendo nombre de ciencias de
la comunicación, y de cuyas aulas han surgido puros buenos para nada, al menos,
yo no he conocido a alguno que valga la pena, es cierto de toda certidumbre,
que andan varios que presumen de grandes conocimientos pero que a la hora de
los madrazos eluden la responsabilidad de ejercer el periodismo con valor, entereza
y sensible inteligencia, son como merolicos, o como alguna vez me dijo la
dizque adalid de la democracia pueblerina: “son animalitos con ojos”, pero ese
no es el tema de la actual columna, sino la deslumbrante presencia de don
Ruperto en la vida de nuestra ciudad, y es que, a este hombre, que merecería
honores y gloria de todos sus paisanos, se le ha echado al olvido oficial, como
si nunca hubiera existido, miren, ustedes, queridos lectores, don Ruperto,
editor de El Diario, también era locutor, pero no como los de ahora, que ni
cultura tienen, que se la pasan diciendo puras pendejadas al aire, que conducen
de esos programas de comentarios que no tienen mayor sustancia que la saliva
que emiten, es decir, no poseen la autoridad moral para ejercer un juicio de
valor, de opinión o un simple punto de vista, conste que el único que se salva
de la quema es mi tocayo Fernando Fernández, al que conozco hace muchos años,
pero también hace muchos años que no lo veo, pero honor a quien honor merece,
ya que, a pesar de lo que es evidente en el globero pueblo, ha sabido informar
sin demeritar su función de excelente comunicador, mi papá, es el que me ha
contado que don Ruperto, recitaba un tango para empezar uno de sus programas, y
es, en esos recuerdos, en los que me baso para decir lo que digo, y es que, era
de esos hombres luminosos que se involucraba en todos los órdenes de la vida,
con tal poderío que en cada caso, se ganaba el respeto y la admiración de sus
contemporáneos, por supuesto, que envidiosos siempre los ha habido, y los habrá
hasta los días finales de este mundo posible y de los mundos imposibles, don
Ruperto fue Maestro por el ejemplo y por la palabra, ya que, dicen que la
palabra empuja pero el ejemplo arrastra, en aquellos años dorados, el genial
neolaredense, como buen personaje levantaba polémica y ejercía un periodismo de
cara a sus lectores, de hecho, el eslogan se lo adjudicaron a El Diario después
de escucharlo repetidamente entre sus lectores, la pregunta obligada al saberse
una noticia: “¿en donde lo leíste?”, si lo leíste en El Diario es verdad, papá,
a pesar de sus 80 años cumplidos, es dueño de una memoria privilegiada, alguna
vez me contó que don Ruperto tenía un programa de radio intitulado: “La Hora
del Tango” y que iniciaba con "La apología del Tango", sea pues, éste,
un recuerdo en sepia, en homenaje a tan inolvidable señorón de nuestra ciudad,
aquí unas frases de esa letra tan sentida, que evoca una era gloriosa de
nuestra historia porteña: “Tango que me hiciste mal y que sin embargo quiero, porque
sos el mensajero del alma del arrabal.
No sé qué encanto fatal tiene tus notas sentidas, que en la
mistonga guarida del corazón se me ensancha, como pidiéndole cancha al dolor
que hay en mi vida.
Por vos m' he morfao más canas que pelo tengo en el mate, por
vos hizo el disparate de envenenarse mi hermana.
No hay bochinche ni macana que en tu homenaje no hiciera, en
la fiesta arrabalera donde campeas con honor me diste siempre valor p' hacerle
frente a cualquiera”. Qué Tiempos aquellos señor Don Ruperto.
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