jooble.com

sábado, 14 de mayo de 2011

Enrique, Catalina y Ana

Enrique VIII, rey de Inglaterra, contrajo matrimonio con la viuda de su enfermizo hermano Arturo, es decir, con Catalina de Aragón, hija de doña Isabel y don Fernando, los poderosos reyes católicos, pero andando el tiempo, al monarca inglés, que era muy ojo alegre y calenturiento, se le antojó una muchachita morena de ojos claros, que respondía al nombre de Ana Bolena, ya saben ustedes, queridos lectores, que a cierta edad, a algunos batos bragados, les da por andar persiguiendo a las chamacas veinteañeras, por supuesto que todas las pulgas que se le antojaban, brincaban en su petate real, en esa época, había derecho de pernada, además, nadie podía oponerse a los apetitos sexuales del soberano, de hecho se consideraba un honor inmerecido para cualquier mujer que el rey le tronara los huesitos, pero Enrique se encaprichó de la veleidosa chica, al grado que luego de 18 años de matrimonio, una mañana aciaga, le pidió el divorcio a doña Catalina, naturalmente que la reina consorte se negó terminantemente a aceptar la imposición de su marido, a partir de ese momento, en el palacio, se le consideró persona non grata, es verdad que nunca hubo malos tratos, si tampoco era cosa que la tuvieran a pan y agua, tenía sus aposentos a todo lujo disfrutando de riqueza deslumbrante, lo que Su Majestad la reina, no podía soportar es que por un berrinche de su esposo, se viniera al traste la alianza de ambas familias, incluso, ambos enlaces, es decir, con los hermanos ingleses, habían sido, tratados comerciales para conjuntar poderes y fortunas, lo peor es que, Ana Bolena, que no es que fuera muy hermosa, sino que, auspiciada por su padre don Tomás Bolena, se le metió al rey entre las sábanas, pero sin darle ni un taquito, sin embargo, la ambiciosa ramera, mustia, interesada y coqueta, le prometió que le daría la prueba más grande de su amor, después de firmar el acta matrimonial, los historiadores dicen que lo que le urgía a la frágil dinastía Tudor, era un varoncito a quien heredarle el trono, haiga sido como haiga sido, el chiste es que, valiéndose de sucias artimañas, el rey inglés, puso en la picota del escarnio a doña Catalina, ya que el Papa Clemente VII, se opuso a concederle la anulación matrimonial, lo que ocurría, es que los consejeros del reino, chismosos e intrigosos, le sugirieron a Enrique VIII, que podía entablar una demanda justa ante el clero, argumentando que el matrimonio de Catalina y Enrique, no podía tomarse como verdadero porque estaba en contra de la ley divina que dos hermanos se casaran con la misma vieja, a lo que, en un juicio fársico integrado por príncipes de la iglesia al servicio de la corona inglesa, encabezados por el Cardenal Wolsey, y es que Su Santidad fue secuestrado por el emperador Carlos I, que dicho sea de paso, era sobrino de doña Catalina, así que, hicieron todo el mitote para demostrar que la española había sido desvirgada por su primer marido, investida de dignidad la reina declaró ante el jurado lambiscón y de frente a su marido que se había desposado intacta y lo juraba ante Dios y su corte de ángeles celestiales, finalmente el caprichoso rey Enrique VIII se deslindó de la iglesia católica y formó su propia iglesia de la cual se erigió como cabeza, en fin, que de chismes, enredos e intrigas está estructurada la historia de la humanidad, ni siquiera la gente de alto linaje se salva de andar en dimes y diretes, después de todo que es la historia sino chismografía en grande, o sea, lo que se dice, se cuenta y se rumora de boca a oreja, en esta semana que apenas empieza les contaré otro cuento como éste, en el que los dignatarios de la antigüedad se vieron involucrados, por cierto, como punto final, les contaré que Catalina de Aragón fue princesa de Gales, al morir la enterraron solamente con un titulillo ramplón que no se merecía dada su categoría de mujer decentísima y católica como la que más. Ya dije.

No hay comentarios: