jooble.com

jueves, 1 de diciembre de 2011

Primicia para mis lectores


Queridos lectores: la siguiente carta se la envié a la actriz Susana Alexander hace muchos años, y para que vean cuanto aprecio su esfuerzo de asomarse a esta sencilla columna, les daré la primicia de que en 2012 editaré un librito con las cartas de consuelo que he confeccionado a lo largo de varios lustros, y es que, yo, en lugar de enviar flores a los difuntos sagrados de mis amigos, suelo redactar pésames adecuados para los dolientes, por supuesto que haré que un buen corrector de estilo les otorgue una pátina literaria, entretanto, a la espera de que les guste mi idea, les adelanto una probadita de lo que contendrá ese libro, que seguramente será un best-seller en las colonias del poniente del globero pueblo. Ya dije.
Le parecerá extraño que un hombre desconocido le escriba estas líneas, pero por más extravagante que le parezca, quiero decirle, que aún a la distancia y siendo tan ajenos uno del otro, a pesar de que nada nos une; yo le tengo un gran afecto, pero no crea que por ser la actriz magnífica que es, aunque por esa sola razón pueda admirarla como lo merece por su calidad artística, sino por lo qué no dice a través de esa ebullición de palabras que parecen brotarle como si le quemaran la lengua.
Permítame explicarle este enredo, quiero decir, que sus palabras, esas, que tan fácilmente le nacen como pájaros en desbandada, nada me dicen de la Susana mujer, de esa en la que puedo adivinar en sus ojos: un caudal de ternura, de miedos, de soledad, de ganas de no vivir inmersa en la angustia de la cínica muerte.
Nunca me hubiera atrevido a molestarla con esta carta, si no me hubiese enterado de la muerte de su mamá. Créame, además no tengo porque mentirle, me duele su dolor; es una atenazante molestia que me provoca una especie de jaqueca espiritual.
Tengo una amiga extraordinaria, se llama Lya Engel, es una polaca maravillosa, y a través de ella, he aprendido a querer a todos los judíos del mundo, aunque a lo mejor ella ya ni me recuerda, y al pensar en usted Susana querida, recuerdo a mi Lya, a esa Lya, que nadie podrá borrar de mis recuerdos. Si toda la gente fuese como Lya se portó conmigo, este mundo, le aseguro, sería distinto.
Por eso, al pensar en la muerte de su mamá, pienso también en la muerte de Lya y de mi  mamá, y me duele por anticipado, es como una premonición luctuosa, es saborear el aire lleno de presagios grises, de dolores de muerte, de revuelo de ángeles siderales que me persiguen.
Yo, como todos los hombres, tengo varias madres. Mis amigas dejan de serlo, para transformarse en madres amorosas que me aguardan de cualquier peligro. Yo creo, que por eso quiero tanto a Lya, y por eso me duele tanto la muerte de su mamá.
Susana, en verdad percibo su tragedia interior, su soledad también es mía, porque cuando un hijo pierde a su madre, también los otros hombres pierden un poco de la suya, presiento que usted de pronto se sintió sola, abandonada, despojaba, arrebatada, de su pertenencias, se habrá sentido como si le hubieran robado parte de su cuerpo metafísico, de su alma europea de siglos, de esa esencia que nadie le podrá quitar, ni el tiempo con su polvo de olvido.
Esta carta, quizás nunca la llegue a leer. Los artistas en su trabajo nos pertenecen a todos los que admiramos su esfuerzo de recrear personajes, pero son tan ajenos a nosotros, al público que los observamos en esa cajita de cristal en que se convierte el escenario, y vivimos, y sufrimos sus vicisitudes, su calvario personal, pero están en ese mundo que no nos pertenece, que nunca será nuestro mundo.
Gracias Susana por formar parte de mi vida, por ser una hija-madre judía, por querer tanto a su madre, como todos queremos la propia.
Gracias porque en su mirada he reencontrado a Lya, y créame, que desde la distancia, en el exilio de su persona, de su vida, de su muerte, la admiro profundamente, le envío mi cariño arropado en un abrazo. 

No hay comentarios: